miércoles, 5 de octubre de 2011

YO, EL HEREDERO

Esta obra es de esas que imaginas cuando piensas en el teatro que veías en el salón de casa, en Estudio 1, hace unos 25 años. Personajes dialogando, un ambiente agradable, un salón, entrada y salida de actores, ritmo. Después llegarían obras más profundas, complejas y enrevesadas, clásicos, tantas...
Aquí disfrutar es sencillo, podría ser Mihura, Jardier Poncela o teatro del absurdo..

La historia comienza siendo divertida, sencilla, una familia rica cuenta todas sus obras de caridad, presume de sus buenas acciones, y realmente lo son. Pero todo empieza a complicarse cuando aparece un personaje que interrumpe la paz de la familia: el hijo de un hombre que acaba de fallecer y que vivió acogido durante 37 años en la casa, viene a reclamar su herencia, el puesto de su padre.
La familia encuentra absurda esta petición, o más bien, imposición, pero no consigue hacérselo ver al intruso, que con buenos argumentos esquiva todos sus intentos por echarle. Incluso el cabeza de familia, un importante abogado, pierde todas las batallas dialécticas contra el hijo aprovechado. Porque el intruso entiende que con la caridad que dieron a su padre le impidieron luchar y progresar. Fue un vividor acomodado que no dejó ninguna herencia a su hijo y éste viene a reclamar lo que su padre dejó de ganar o, a cambio, su puesto de acogido. Poco a poco los nervios de la caritativa familia se van exaltando y esa candidez y caridad iniciales se tornan en sus verdaderos sentimientos, buscan obtener el reconocimiento de los pobres ayudados por sus actos, recibir el agradecimiento continuo por sus buenas acciones, que en ciertos casos llegarán superar las barreras morales.
Porque el hombre acogido, Próspero, tuvo que hacer de bufón, de criado, de chico de los recados, y además agradecer el trato que le dieron. Pero realmente lo que sentía no era servilismo sino pura envidia. Y así fue anotando en su diario las vejaciones que sufría. El enredo va en aumento cuando el joven desvela secretos de la familia escritos por su padre en el diario que le fue enviado a su muerte. Porque éste no dejó herencia material, pero sí dejó un puesto que su hijo lucha por ocupar.

Su hijo, Próspero II, poco a poco, con su capacidad de convencer a todos, nos cuenta que esa caridad no ayuda, sino que frena los intentos de lucha y progreso. La comodidad evitó una vida mejor, e hizo aceptar situaciones degradantes.
También habla de la hipocresía alrededor de la caridad, que sólo es un deseo de reconocimiento y de devolución del favor.

La obra pasa del humor inicial, la historia simpática y algo enredada a reflejar las situaciones violentas y amargas, el hijo echa en cara cómo se reían de su padre, cómo éste aceptaba la situación por ser cómoda, y ventajosa para él, cómo él siempre fue un personaje de segunda clase que adornaba y distraía pero al que no debían nada, era él el que estaba en deuda con la familia.

Y la historia se repite, este personaje y sus ganas de vivir contagian y sacan del letargo de esa vida a la soltera de la casa que queda enamorada, como ya pasó hace años con su tía, ahora sola y triste, echando de menos al padre del nuevo intruso, al que siempre quiso.

El reparto es estupendo, pero hasta pasados los primeros quince minutos no consigue ser creíble. Ernesto Alterio simula un acento italo-napolitano que resulta muy forzado al comienzo, y cuesta ver al personaje que hay en él. Pasado este tiempo, parece que el humor facilita la compresión, pero la tensión que se vive empieza a revolvernos en el asiento, a hacernos sentir violentos a tener que decantarnos por una u otra forma de pensa, sabiendo que la aceptada socialmente  quizá no sea la que nos convence aquí.


1 comentario:

  1. Qué interesante. Había leído la sinopsis, pero no pensaba que fuera a desarrollarse como cuentas. Entiendo que lo que hace el hijo aprovechado, "Próspero II", es denunciar la situación de su padre, víctima de una mal entendida caridad. Tiene que ser una obra surrealista, entendido desde el punto de vista de que te ofrece una visión distinta que no esperas, y como tú dices, que te hace revolverte en el asiento.

    Sobre lo de que Ernesto Alterio no consigue ser creíble... no comment :D

    Besos guapa, me gustan tus crónicas

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