jueves, 29 de marzo de 2012

QUITT (Las personas no razonables están en vías de extinción)

Ha pasado más de un mes desde la última obra, más de lo habitual, creo que demasiado. Muchas circunstancias han colaborado a ello. Así que hoy era un estupendo día para retomarlo, y antes que nada toca un repaso a la cartelera de teatro. 


A pesar del tiempo transcurrido no encuentro grandes espectáculos que capten mi atención rápidamente. Finalmente vuelvo a arriesgarme, es decir, elijo uno del teatro Valle Inclán. Y es que estos espectáculos tienen argumentos que suenan muy bien, temas actuales, interesantes pero muchas veces fallan en la forma, la manera de ponerlos en escena (quizá sea más correcto decir que no coinciden con mi manera de entender el teatro). 


Hoy la obra se llama Quitt, es el apellido de un magnate, un empresario de mucho éxito, diríamos que lo tiene todo para vivir una buena vida y a pesar de eso no es feliz. Se siente que interpreta un papel en el que no cree, pero todo le sale bien, todo lo que emprende funciona, es admirado por todos los que le rodean. Sus colegas, empresarios de la competencia, encajan mejor su excelente posición, aunque ninguno cuenta con su éxito. Son todos seres sin sentimientos, dedicados a buscar nuevas maneras de explotación que les reporten más beneficios, al precio que sea. 
Quitt sabe idear estrategias para acabar con sus competidores y pacta con sus amigos magnates reventar el mercado, hundirlo y repartirse el pastel entre unos pocos. Entre otras medidas se bajaran los salarios de los trabajadores, se incentivará el consumo con la publicidad o se deslocalizarán las empresas hacia Asia, todo esto está contado en esta obra del año 73, bastante premonitorio.
Pero al gran empresario todo esto tampoco le satisface, se siente que se engaña, que va contra lo que quiere ser y decide romper el pacto, actuar de forma unilateral y arrastrar a la ruina a sus colegas también. 
Pasado un tiempo sus amigos, medio arruinados, vuelven a pedir piedad, a recordarle la amistad que les unió, pero nada de esto hace mella en Quitt, así que sus súplicas se tornan en maldiciones y odio. 
Pero Quitt, a pesar de mostrar su despecho y sentirse ahora más real, no consigue calmar su único deseo de ser escuchado, de mostrar su soledad e incomprensión, es un egoísta que rechaza a todos los que se acercan, a su mujer a la que no escucha, a su ex-amante que le ama. Sólo se siente acompañado por su criado, que hace las veces de su voz de la conciencia, que le admira y a la vez le recuerda en lo que se ha convertido. 
A su vez toda la competencia desleal, todos los mecanismos utilizados para vencer de cualquier manera acaban pasándole factura, y un personaje que entenderíamos que representa a la sociedad, viene en busca de venganza, quiere frustrar sus planes y conseguir devolverle algo de dignidad a aquellos explotados. Para Quitt esto se convertirá en una liberación, una forma de escapar al sufrimiento vivido, la única salida a una vida como la suya. Y así Quitt mata a su asesino y se suicida.


El argumento parece sencillo pero está lleno de diálogos y monólogos, reflexiones que a veces se hacen totalmente incomprensibles y otras bastante difícil de seguir. La obra intenta ser una comedia negra, pero tampoco utiliza un humor lúcido, más bien simple, y en bastantes ocasiones llegan a aburrir estos diálogos enrevesados y complejos sin mucho sentido. 
Los escenarios, como siempre, modernos y llenos de simbología que no consigo entender. 
Al menos disfruté con Eduard Fernández, que hasta se anima a tocar el piano y cantar, lo mejor de la obra.