Esta vez nos enfrentábamos a la que califican como su obra cumbre, Tierra de Nadie.
El reparto es excepcional: Luis Homar y José Mª Pou, dos actores de renombre.
Asistimos a una conversación entre dos personajes de los que no se entiende fácilmente la relación. Uno de ellos ha venido a visitar al segundo, el primero se muestra charlatán, no para de beber, exponer sus ideas, al mismo tiempo desagradable y encantador. Mientras tanto el anfitrión, ya borracho, calla, se mantiene impasible ante los ataques y comentarios del otro.
La noche va pasando. Dos jóvenes entran en escena; dos asistentes de la casa, recelosos y agresivos. Su altivo comportamiento da a entender al invitado que son ellos quienes en realidad mandan en la extraña casa. El anfitrión abandona a su supuesto invitado sin revelar más de las circunstancias que esa noche les han llevado a estar unidos. Presentimos que ni ellos tienen claro qué hacen allí.
La mañana llega y los dos jovenes aparecen en el salón con preguntas para el extraño invitado. Intentan averiguar qué le ha llevado hasta esa casa, qué relación mantiene con el señor. El anfitrión vuelve totalmente renovado y despierto. La actitud de la noche anterior ha cambiado, ahora se muestra como un hombre seguro que rechaza las preguntas y comentarios del invitado. La conversación versa sobre recuerdos del pasado, sobre sentimientos perdidos y nunca recuperados, sobre aquello en lo que se han convertido.
Pero seguimos sin descubrir lo que Pinter nos quiere contar. Sentimos que nosotros vivimos el mismo aturdimiento de nuestros personajes, que están perdidos en un mundo que ya no conocen. No entienden cuál es su relación, olvidaron a las personas a las que amaron, las que les acompañan en sus álbumes de fotos. Se enfrentan a esa tierra de nadie, ese lugar a donde les ha llevado la vida y no les sacará.
A modo de cierre, los cuatro personajes orbitan en torno a una cuestión intrascendente; un juego de palabras casual, que se convierte en un tema angustioso e inconexo con el resto de diálogos: "cambiar de tema por última vez".
Para los espectadores (nosotros) esa última pirueta lingüistica resume bastante bien la obra. No entendemos porqué ni para qué. Nos devanamos los sesos intentando encontrar un orden a la avalancha de anécdotas, a los pequeños tics de los personajes, a los enfados y a las respuestas inconexas. Ideamos una y mil posibles interpretaciones que no nos terminan de convencer. Que si los jóvenes representan a los mayores. Que si ellos han olvidado todo, en un presente vacío de significado.
Sin embargo, tras una investigación posterior descubrimos que nuestra interpretación era bastante más compleja de la realidad. Según Pinter, tanto el anfitrión como el visitante son dos personas opuestas. Uno de ellos, el primero, ha tenido éxito, pero ha olvidado sus méritos y ha caído en el olvido, reflejado en el alcohol y la pérdida de su independencia con los dos jóvenes sirvientes. El otro, el perdedor, el visitante, mantiene sus convicciones y su energía pese a trabajar mucho y mal en un bar. Pero nos queda la sensación de que Pinter ha intentado rizar el rizo y de que los espectadores no tenemos manera de asumir que la historia va más allá de esta explicación sencilla y directa.
A pesar de la buena actuación de los actores, no pudimos llegar a disfrutar de la representación como nos habría gustado por culpa de este texto que se nos ha antojado complejo e indescifrable.