Hace unos días leí varias entrevistas a directores de teatro, los cuales eran preguntados por la situación actual de la profesión. Éstos resaltaban la crisis que vive sector, debida en gran medida al abandono o mejor dicho al boicot de los gobiernos, entre otras cosas por la subida del IVA al 21%. Frente a esto destacaban la enorme cantidad de nuevas iniciativas, proyectos y espacios que habían aparecido en la ciudad en los últimos tiempos. Sirva como ejemplo la obra que hemos visto hoy.
Las heridas del viento pertenece al tipo de obras que funcionan con el boca-oreja. Un pequeño proyecto va tomando fuerza, empieza a gustar y se mantiene en cartelera más tiempo del esperado, recibe premios, se repone en distintas salas y se convierte en una de las obras revelación del año. Si me preguntan qué tiene de especial diré que no habla de actualidad, o de política, de injusticias, no es una comedia para olvidarnos de los problemas, no es nada de lo que ahora triunfa tanto. Sin embargo es una de esas obras que te deja pegado a la silla, que estás deseando que continúe pero a la vez esperas que no acabe. Y todo eso lo consigue con una historia de amor, de familia, de soledad y de compartir la vida con aquellos que nos son totalmente desconocidos. No parece nada especial, sin embargo algo tiene que engancha. Como dice uno de los personajes durante la actuación, “el fondo siempre es el mismo, la forma lo es todo”.
En el escenario sólo nos acompañarán dos actores, suficiente para montar este relato. David es el menor de tres hermanos. Acaban de perder a su padre y a él le han encomendado la tarea de resolver la herencia del padre. A partir de este punto David nos contará su vida familiar. Sabremos que su padre era una persona estricta y ordenada en su trabajo y en su vida, sin capacidad de expresar sentimientos o empatizar con ninguna otra persona. David no guarda ningún recuerdo dulce de su infancia. Mientras que revisa los papeles obsesivamente ordenados de su padre, encuentra unas cartas de amor escondidas, firmadas por un tal Juan.
Su mundo comienza a derrumbarse, pero no tiene más opción que indagar y averiguar qué hay detrás de esa correspondencia. Localiza al tal Juan y se presenta en su casa.
Juan es un hombre mayor, solitario, irónico, de vuelta de todo, que recibe la visita de un tal David, hijo del gran amor de su vida, Rafael. El joven viene buscando respuestas pero Juan no está dispuesto a hablar sin recibir información a cambio y no admite exigencias. Quiere jugar con el hijo del hombre al que tanto quiso y que le arruinó la vida.
Así se sucederán distintas visitas en las que ambos personajes mantendrán una lucha dialéctica en la que sólo esconden la inseguridad y el miedo que les da el conocer y dar a conocer la verdad. Porque la historia no es tan evidente como se podría intuir y gracias a los encuentros ambos conseguirán comprender algo mejor quién era el enigmático Rafael y qué escondía tras su máscara de formalidad y corrección.
Y a su vez David y Juan se ayudarán mutuamente y entenderán qué han hecho de sus vidas todos estos años, y cómo afrontar el tiempo que les queda.
Poco a poco sabremos que Juan conoció a Rafael en la gestoría que el segundo regentaba. Tan pronto como le vio cayó enamorado, y aún sabiendo que este amor no sería correspondido, se arriesgó y decidió declararle sus sentimientos. Rafael, fiel a su total corrección, le contestó formalmente por carta que no estaba interesado. Pero Juan no se rindió y vivía su amor tan locamente que sólo pidió a Juan que le permitiera soñar, así él pondría todo el fuego y pasión que guardaba dentro en sus cartas y le bastaba con recibir cartas en blanco para quedar satisfecho. Contra todo pronóstico, al cabo de unas semanas comenzó a recibir cartas en blanco de su amado, y con esto sintió su amor correspondido. Porque Juan sentía que estas cartas eran como dejarse llevar por el viento que te mece, pero las cartas de Rafael, un año tras otro, hasta cuarenta, le impidieron amar a nadie más, le llenaron de heridas que nunca se curaron, y nunca más le permitieron vivir. Esas cartas tan esperadas fueron a su vez su sentencia de muerte, su sueño y su fin.
Saber ahora que las cartas de pasión que Juan escribió a Rafael no fueron destruidas les ayuda a entender un poco mejor quién era ese personaje opaco e infeliz que nunca fue capaz de mostrar qué sentía.
David, por su parte, huye de una relación como la de sus padres y por eso repite sus mismos errores. No es capaz de amar. Juan explica que el amor hace heridas pero en la vida hay que lanzarse a amar aunque se sufra. Y la única forma de no repetir los errores de su padre es perdonarle y aceptarle.
Los diálogos de ambos personajes están cargados de sentimientos, de dolor y pasión, de preguntas. Es tal la tensión que se respira durante toda la función que, especialmente el actor más joven acaba emocionado y agotado por haberse metido en la piel de David.
El escenario es sencillo, dos sillas y unos focos acompañan a los actores. Su vestuario es de solemne negro, nada nos distrae de la palabra, el gran protagonista de esta historia.