domingo, 18 de octubre de 2015

CUANDO DEJE DE LLOVER


El año pasado esta obra contó con muy buenas críticas tanto de amigos como del sector artístico, recibió premios y buenos comentarios. Su vuelta era una apuesta segura para la sala que la programaba y una nueva oportunidad para mí de disfrutarla.
Cuando hace un año leí la sinopsis no me sentí atraída y ahora que lo recuperé tampoco percibí una mejora de mi disposición hacia la obra. Pero como me habían vaticinado, la historia me enganchó y de qué manera.

"Cuando deje de llover" es una historia a saltos de una saga familiar con muchos momentos turbios, que con el tiempo se han convertido en tabúes. Cronológicamente transcurren ochenta años, 1059-2039, espacialmente dos continentes que se pueden reducir a mucho menos, Londres y toda Australia.


La obra comienza con pequeños cortes que nos van introduciendo los personajes, las escenas rápidas se suceden sin que consigamos entrever cómo se monta este amasijo de momentos. El pasado y el futuro, distintos personajes con el mismo nombre, mismos personajes en distintas edades de su vida, todo pasa ante nuestros ojos y poco a poco empezamos a vislumbrar la historia que se esconde detrás.

Contar el argumento manteniendo esta intriga es demasiado difícil para mi reducida capacidad, así que optaré por una explicación más clásica, cronológica, de la historia que allí nos contaron.


Liz y Henry son una pareja felizmente casada que tras muchos años de matrimonio esperan un hijo. Éste llega cuando ya habían perdido las esperanzas y se habían acostumbrado a su convivencia tranquila. El hijo no es abiertamente deseado por la madre pero finalmente deciden tenerlo. Con el tiempo la pareja se va distanciando y ella empieza a apreciar que no conoce al hombre que tiene al lado. Algunos extraños episodios le hacen dudar hasta que horrorizada descubre la verdad de su marido, éste es un pederasta que ha atacado a un niño en el parque. El pánico al pensar lo que le puede haber hecho a su hijo la enfrenta con la verdad del hombre con el que convive y éste asegura que no tocó a su hijo pero tiene miedo de hacerlo. Aunque perseguido por la policía, la mujer le permite huir siempre y cuando nunca vuelva ni tenga ningún contacto con su hijo. Henry se marchará a Australia y su mujer se encargará de que su hijo Gabriel nunca sepa nada más de su padre. Liz, mujer estricta, atea y marxista, nunca faltará a su palabra.


Gabriel es un chico responsable, cariñoso y soñador, que sufrió la férrea educación de su madre. El recuerdo de su padre le acompaña obsesivamente, alimentado por el silencio de su madre que no hace más que encumbrarlo. De pequeño, Gabriel encontró postales que éste le escribió y que su madre nunca le entregó. Las guarda junto a noticias de Australia, como un recorte de periódico que habla de un hombre desaparecido en la montaña. Estas piezas no paran de dar vueltas en su cabeza hasta que un día decide abandonar Londres y buscar las respuestas que nunca le quiso dar su madre, y otras que nadie hasta el momento conoce.

En Australia, en un motel de carretera cerca de la playa de Coulomb, lugar desde el que su padre le escribió una de las postales, conoce a una chica que además de llamarse como él, Gabrielle, se encuentra mucho más perdida que cualquier persona que él hubiera conocido antes. Compartir las historias y una noche de amor no le da derecho a nada, pero esa chica guardaba tanto horror dentro que conocer a Gabriel le enseñó que podría llegar a querer y que existía la posibilidad de una vida mejor. Gabrielle es huérfana y vive el desarraigo de haber sido abandonada por sus dos padres cuando estos se suicidaron en distintos momentos de la vida. El motivo del suicidio fue para ambos el mismo, no pudieron superar que su hijo mayor desapareciera con 8 años junto a la playa. Porque el pequeño no se ahogó en el mar como sería de esperar, su cuerpo fue hallado desnudo y semienterrado en el desierto. Sus padres no soportaron imaginar todo lo que el pequeño habría sufrido antes de morir. Su asesinato arrastró varias vidas, algunas se las llevó y otras se quedaron penando y soportando el infierno en la tierra.



A los dos jóvenes se les abre una puerta hacia la felicidad, aunque saben que en el fondo no están destinados a ser felices. Cuando ambos más esperaban de la vida, un pensamiento turbio oscurece a Gabrielle y no puede remediar lanzar la pregunta: "¿En que año estuvo tu padre en Coulomb? ¿En el 68? Fue el año en que mi hermano desapareció." Esas palabras se clavan en el corazón de Gabriel que no es capaz de reaccionar ni tan si quiera para girar el volante en una curva cerrada que se les echa encima. Gabriel muere al instante, Gabrielle sobrevive junto con el hijo que lleva en su interior. Un granjero de la zona que pasaba por allí salva a la chica y nunca más se separará de ella. Él la querrá locamente, ella nunca olvidará al hombre que le hizo creer en una vida mejor. Gabrielle nunca volverá a ser feliz y transmitirá su pena al granjero que la salvó se convertirá en su marido y a su hijo. Su hijo, Gabriel, acabará yéndose de la casa para nunca volver. Ella misma en la madurez de su vida perderá la cabeza y pedirá al hombre que tanto la quiere que acabe con su vida de pesar.

Dos personajes más aparecerán en escena. Un hombre mayor recibe una llamada de su hijo al que hace mucho tiempo que no ve, le abandonó cuando tenía siete años. Ahora se encuentra con su pasado del que se avergüenza tanto como de su presente. Ver a su hijo es aceptar sus errores, en cambio no puede evitar encontrarse con él. El hombre mayor es Gabriel, el hijo de Gabrielle.

La historia, contada así, parece un culebrón de clase B o peor. Reconozco que no atrae nada y ahora entiendo porqué cuando leí la sinopsis por primera vez no me interesó en absoluto. Sin embargo hay muchos detalles que no puedo contar aquí, gestos, conversaciones en los que creo que está la clave del éxito.




La historia realmente nos muestra cómo los errores del pasado acaban repitiéndose, el hecho de que somos incapaces de olvidar de dónde venimos y todas las raíces que nos han acompañado hasta aquí. Sin embargo aunque muchos patrones se repitan hay una señal de esperanza en la que intentamos mejorar lo que hemos sido, somos capaces de percibir lo que hacemos mal aunque lo sigamos repitiendo. También nos quiere recordar que los errores nos acaban pasando factura, a nosotros o a los seres que más queremos.

Por otro lado la obra está contada con recursos sencillos aunque muy originales. Las primeras escenas, todas distanciadas en el tiempo, se unen por una olla y un caldo de pescado que los personajes irán compartiendo en distintos cortes alrededor de unas mesas de comedor. Un pescado que cae del cielo en los primeros momentos de la obra que corresponde a una de las escenas finales en el tiempo, muestra el fin del mundo, o mejor, el fin de
una era, aquella en la que toda la verdad sale a la luz y como el fin de una penitencia, puede dejar de llover, cuando todos los pecados han sido expiados.



Los actores son sin duda la gran baza de la obra, todos impecables. También el director consigue que la forma de contarnos lo que allí ocurre nos enganche por la belleza de la escena. Con la máxima sencillez nos mete en salones, moteles, casas y nos enreda en esa maraña tan enfermiza y a la vez seductora.