viernes, 15 de septiembre de 2017

CÍCLOPE Y OTRAS RAREZAS DEL AMOR

Isma y yo volvimos al teatro juntos después de años sin hacerlo. Fue una sensación grata pero también algo extraña al estar sin los niños alrededor. La ayuda de la yaya nos permitió darnos esta escapada.

Pero a la vuelta de vacaciones es muy difícil encontrar algo "decente" (quizá sería más correcto decir “de nuestro gusto”). Las comedias simplonas triunfan en la época estival, no sé quién ha dicho a los programadores de espectáculos que los espectadores tenemos las neuronas tostadas en verano y no somos capaces de entender los “profundos” argumentos que se reservan para el invierno.
Por suerte una obra de teatro con una crítica algo atractiva y una grata sorpresa estaba en cartel y había butacas libres.


Fuimos al teatro del Canal a disfrutar de “Cíclope y otras rarezas del amor”. En el elenco algunos actores famosos del mundo de la televisión asustaban más que animaban.

La sorpresa consiste en que "Cíclope..." se basa y parte de la idea del capítulo 7 de Rayuela, aquel en el que se describe la transformación en cíclope de la persona a la que amamos cuando nos acercamos y nos fundimos con él/ella en un beso. Y las rarezas del amor podrían ser todas y cada una de las historias de amor de cualquier ser que habite este mundo. Para contarnos cómo de raro es el amor eligen a cinco personajes.

La obra está formada por varias escenas, cada una es como una casilla de la rayuela, con un objetivo, una dificultad y un premio.


En un bar una ex pareja, Amanda y Pedro, se reencuentra después de meses o años sin verse. Su conversación saca a la luz heridas no cerradas y explicaciones pendientes, junto con una tremenda pasión latente. Pero sus vidas han cambiado, Amanda acaba de separarse y Pedro tiene un bebé de meses. Este reencuentro les hace recordar que a pesar de todo siguen deseándose con locura. Al cabo de los días se vuelven a ver cuando él propicia el encuentro con ella. A pesar de sus circunstancias y su dolorosa experiencia previa juntos, no pueden evitar caer en las redes del otro, volverse locos y decidir abandonarlo todo para recuperar esa vida de días y noches de ensueño. Cuando a la mañana siguiente se separan después de pasar la noche juntos, acuerdan que esa será la última vez que se dirán adiós, puesto que un día después huirán a París para no volver a alejarse el uno del otro nunca más. Pero Pedro tendrá que comunicar a su mujer la decisión que acaba de tomar.


Mientras tanto Paz, una joven que trabaja como comercial en una inmobiliaria, enseña un piso a un médico, Alfredo, recién separado que va a montar su consulta. Él tontea con la vendedora que se siente algo turbada pero también atraída. Aunque Alfredo le dobla la edad a Paz, ésta acaba confesando que él es el hombre de sus sueños y que le lleva esperando años. Como una chiquilla grita de felicidad y nervios, besa al doctor en un arrebato e instantes después se avergüenza de lo que ha hecho porque, como cuenta, tiene novio. Alfredo entiende que no le quiere y le aconseja que lo deje, más allá de lo que él pueda sentir o lo que el futuro les pueda deparar. Paz cargada de optimismo y como flotando en una nube sale del piso dispuesta a romper ese mismo día con su pareja. Al llegar a su oficina algo tarde tras la cita comercial con Alfredo, se encuentra con su compañera de trabajo, Marta, que no para de protestar. Su retraso con el cliente le ha ocasionado muchos problemas, Marta ha tenido que cubrirla ante el jefe y además llega tarde a recoger a su hijo. Para colmo Paz le explica que siente el amor como nunca antes, que haría cualquier cosa por estar siempre junto a él, por que todo se parara, por sentir siempre lo que siente ahora… Marta en una arrebato de odio, celos, envidia y muchos más sentimientos mezclados, grita a la joven, la ningunea, le exhorta que qué se cree, que no es nadie especial por vivir esas sensaciones y que la vida real no es una nube sino un complicado encaje para conseguir llegar a todo, resolver los conflictos y además mantener un hilo de pasión.


Al día siguiente Alfredo vuelve al piso que va a alquilar. Allí ha quedado con Paz, con la excusa de ir a tomar medidas volverán a verse. Pero no se presenta Paz sino Marta, asunto que hace desconfiar mucho a Alfredo. Éste insiste en recibir una explicación por el cambio pero no consigue una respuesta clara, sabe que nada habría hecho a Paz faltar a su cita después de la pasión y sinceridad con que habló el día anterior. En un momento de despiste llama a Paz pero al otro lado no está ella, sino una persona que explica que Paz ha sido asesinada por su novio en un lamentable y cobarde acto de violencia machista. En ese momento Alfredo se siente culpable, terriblemente culpable, tanto como el asesino que acabó con la vida de la joven.

Marta, la compañera de trabajo de Paz, está en su casa esa noche después de ese horrible día. Su marido es Pedro y llega a casa dispuesto a dejar la relación y partir con Amanda. Su mujer le nota extraño, sabe que necesita hablar y lo que le va a decir no le va a gustar. Por eso tiene que arrancarle las palabras, tiene que conseguir entender lo que le pasa. Hace tiempo que dejaron de vivir la pasión que Paz le explicó que sentía el día anterior, pero ella sabe bien de lo que se trata. No vivir esa pasión no significa estar muerto o no tener un objetivo para seguir, es que la rutina te lleva y arrastra y hay que parar y empezar desde más abajo y recordar que se quieren y valorar todo lo que han construido y tienen, como parte también de esa nueva felicidad. Marta le recuerda todo lo vivido juntos, esa pasión que también tuvieron aunque ya sólo les acompañe en escasos momentos. En Alfredo se está lidiando una de las más duras batallas, decidir hacia dónde virará el resto de su vida.


La última escena es en un bar. A diferencia de las anteriores no hay esa pasión, esos encuentros en los que se percibe el amor, la pasión, la esperanza… Alfredo bebe sin parar, busca una explicación o en su defecto, olvidar las últimas horas de su vida. Su sentimiento de culpabilidad no le deja descansar. Hasta allí llega Amanda, tirando de una maleta. Ella le reconoce, fue médico de su madre, le saluda y se sienta con él. Ambos están solos y su vida está pasando por momentos de inseguridad y cambios que les hace sentirse mejor en compañía. Por eso rápidamente surge entre ellos la conversación sincera y la calma. Alfredo, buscando un cómplice o una redención, explica por lo que está pasando. Amanda intenta consolarle aunque toda palabra no es de mucha ayuda. Ella también se sincera y cuenta que le han dado plantón. En la calma de la compañía sin pasión, ambos se sienten cómodos, su cercanía les alivia y les hace saberse de nuevo vivos, pensar que tienen un motivo para seguir y no quedarse tirados en la cuneta. Unas risas de fondo en la conversación nos dejan ver que puede que haya una nueva oportunidad para ellos, que no sólo el amor es la pasión desmedida y sin freno, también es conversar y compartir. Que un roto en el corazón puede tener un arreglo, aunque nunca vuelva a ser el mismo volverá a funcionar.

La obra nos habla de los continuos conflictos en que nos encontramos sumergidos, todas esas puertas que se van abriendo a nuestro paso, es vidas que nos permitirían evadirnos de una existencia rutinaria que ya no nos llena porque es previsible y ha pedido la pasión. Ese intento por recuperar el sentimiento de estar vivo.

Por si todo esto fuera poco, cada escena es una baldosa de la rayuela, un paso más hacia el cielo, nuestro destino, pero a veces erramos, no encontramos el camino, caemos y no podemos levantarnos. O sí. Esas son las rarezas del amor.

El escenario es llamativo por su sencillez, unos tablones y unas tizas escritas en el momento por los mismos actores y montadas sobre el suelo nos indican dónde estamos y en qué escena. No se necesita más, todo queda bien claro.


lunes, 16 de enero de 2017

UN OBÚS EN EL CORAZÓN

Un obús en el corazón tiene un título treméndamente sugerente y un autor tan atrayente que no me pude resistir a asistir, a pesar de que las circunstancias implicaban que ir sería un gran sacrificio.
Sigue en mi memoria el recuerdo de Incendies, esa obra terrible que rompe por dentro, que muestra como pocas la maldad a la que llega la humanidad. Es difícil entender que para un día que voy al teatro, esté dispuesta a pasarlo mal. No sabría explicarlo pero hay algo de estos mundos tan reales
que me atrae especialmente.

La historia de este obús es la de un hombre que desde su infancia se ve acompañado por terribles recuerdos y personajes que no le permiten sentirse libre y feliz.
Walad enfrentado a su público está dispuesto a contarnos su vida. Viene a hablar de lo que pasó hace mucho tiempo cuando tenía diecinueve años y que prefiere resumir en una palabra: "Antes".
Aquel momento que cierra una etapa de su vida y que le marca por completo es el día en que recibió una llamada en la que únicamente le dijeron "Walad, ven deprisa".
Muchas cosas que habían quedado olvidadas y casi cerradas para evitar el dolor, volvieron a tomar forma y personajes de su vida que creía pasados reaparecieron para despedirse.
Este hombre recuerda cada momento de su marcha al hospital, que tuvo lugar después de la llamada, aquel fatídico día, como si lo estuviera viviendo en este momento, como si fuera a cámara lenta y hubiera grabado a fuego cada segundo. Cada sensación vivida permanecía intacta: el odio al conductor del autobús, la incapacidad de sentir pena hacia su madre agonizante...

Y a su mente vuelven otros momentos de su vida que le llevan atormentando muchos años. El primero fue cuando tenía 7 años y se enfrentó ante la imagen más cruda que existe de la muerte.
En la calle frente a su casa y acompañado de su madre vio como un grupo de terroristas prendía fuego a un autobús lleno de gente.
Aún peor fue que momentos antes de vivir este horror había estado observando a los pasajeros distraídos y entre ellos se había fijado en un chico parecido a él con el que había compartido risas y juegos. Tan solo unos segundos después el autobús era ametrallado y prendido fuego ardiendo como una pira gracias a la gasolina se habían derramado sobre él.
Entre las llamas vio aparecer a una mujer con brazos de madera que devoraba al niño que ardía.

El segundo episodio que marca su vida tuvo lugar a los catorce años. Walad huye de su casa, pasa varios días fuera. Cuando mira a su madre descubre que no es la mujer que conocía sino alguien mayor, que ha perdido la expresión y la vida. No lo soporta y escapa de la casa. Sólo encuentra consuelo junto a una niña alegre y espontanea que vive en una casa alejada de la ciudad. Su abuelo le da un consejo que le ayudará a seguir viviendo: Solo un miedo de infancia acaba con otro miedo.

Y a sus diecinueve años se enfrenta a la agonía de su madre tras haber sufrido una larga enfermedad. Durante estos últimos años se ha dedicado a pintar cuadros que le permiten soportar la vida. Todos sus lienzos representan a su madre joven, su largo cabello rubio, su belleza... Pero el contacto con su familia ha sido mínimo hasta que suena el teléfono y una voz le pide que vaya.
Walad en la sala de espera del hospital sólo consigue materializar sentimientos de odio y espera huir lo antes posible a su mundo ajeno a su familia. Así pocos minutos después de su llegada su madre deja de respirar y todo acaba. Con su última exhalación ella recupera su rostro juvenil, su belleza que perdió hacía años. Walad se dispone a marcharse pero olvida su abrigo en la habitación donde yace su madre muerta y se ve obligado a entrar y estar a solas con ella. Ante ella, solos los dos, se revela todo aquello que durante tantos años le atormentó. Junto a su madre aparece la mujer de los brazos de madera que viene a devorarla. Su miedo de infancia se presenta ante él, esa mujer se dirige ahora hacia él y le dice que por fin le tiene cerca e indefenso para devorarle a él también. Una jauría de lobos salta sobre la mujer de los brazos de madera y consiguen que Walad huya a salvo. Un miedo de infancia acaba con otro miedo. Y Walad ahora ve claro quién es su madre, la persona que siempre le protegió y le salvó, a la que incansablemente necesita representar en cada cuadro para salvarse, sin saber por qué.

Este obús era mucho más figurado, menos explicito y más poético que aquel "Incendio". Esto hacía que a veces fuera complejo seguir la historia a lo que además se unía que el texto contaba con muchos gestos, guiños y recuerdos de tradiciones de este país. A pesar de todo su autor, Wajdi Mouawad, consigue hacernos llegar el horror en el que nuestro protagonista se hunde cada día. Sentimos qué puede ser perder la infancia, los sueños y esperanzas, vivir siempre con miedo, sin descanso y rodeado de pesadillas que sólo son superadas por la pura realidad.

Con un solo actor, con un sofá como único elemento que acompaña a nuestro personaje y con una historia contada en pasado, pero un pasado más real que muchos presentes, conseguimos sufrir y liberar todo el horror.