Sigue en mi memoria el recuerdo de Incendies, esa obra terrible que rompe por dentro, que muestra como pocas la maldad a la que llega la humanidad. Es difícil entender que para un día que voy al teatro, esté dispuesta a pasarlo mal. No sabría explicarlo pero hay algo de estos mundos tan reales
que me atrae especialmente.
La historia de este obús es la de un hombre que desde su infancia se ve acompañado por terribles recuerdos y personajes que no le permiten sentirse libre y feliz.
Walad enfrentado a su público está dispuesto a contarnos su vida. Viene a hablar de lo que pasó hace mucho tiempo cuando tenía diecinueve años y que prefiere resumir en una palabra: "Antes".
Aquel momento que cierra una etapa de su vida y que le marca por completo es el día en que recibió una llamada en la que únicamente le dijeron "Walad, ven deprisa".
Muchas cosas que habían quedado olvidadas y casi cerradas para evitar el dolor, volvieron a tomar forma y personajes de su vida que creía pasados reaparecieron para despedirse.
Este hombre recuerda cada momento de su marcha al hospital, que tuvo lugar después de la llamada, aquel fatídico día, como si lo estuviera viviendo en este momento, como si fuera a cámara lenta y hubiera grabado a fuego cada segundo. Cada sensación vivida permanecía intacta: el odio al conductor del autobús, la incapacidad de sentir pena hacia su madre agonizante...
Y a su mente vuelven otros momentos de su vida que le llevan atormentando muchos años. El primero fue cuando tenía 7 años y se enfrentó ante la imagen más cruda que existe de la muerte.
En la calle frente a su casa y acompañado de su madre vio como un grupo de terroristas prendía fuego a un autobús lleno de gente.
Aún peor fue que momentos antes de vivir este horror había estado observando a los pasajeros distraídos y entre ellos se había fijado en un chico parecido a él con el que había compartido risas y juegos. Tan solo unos segundos después el autobús era ametrallado y prendido fuego ardiendo como una pira gracias a la gasolina se habían derramado sobre él.
Entre las llamas vio aparecer a una mujer con brazos de madera que devoraba al niño que ardía.
El segundo episodio que marca su vida tuvo lugar a los catorce años. Walad huye de su casa, pasa varios días fuera. Cuando mira a su madre descubre que no es la mujer que conocía sino alguien mayor, que ha perdido la expresión y la vida. No lo soporta y escapa de la casa. Sólo encuentra consuelo junto a una niña alegre y espontanea que vive en una casa alejada de la ciudad. Su abuelo le da un consejo que le ayudará a seguir viviendo: Solo un miedo de infancia acaba con otro miedo.
Y a sus diecinueve años se enfrenta a la agonía de su madre tras haber sufrido una larga enfermedad. Durante estos últimos años se ha dedicado a pintar cuadros que le permiten soportar la vida. Todos sus lienzos representan a su madre joven, su largo cabello rubio, su belleza... Pero el contacto con su familia ha sido mínimo hasta que suena el teléfono y una voz le pide que vaya.
Walad en la sala de espera del hospital sólo consigue materializar sentimientos de odio y espera huir lo antes posible a su mundo ajeno a su familia. Así pocos minutos después de su llegada su madre deja de respirar y todo acaba. Con su última exhalación ella recupera su rostro juvenil, su belleza que perdió hacía años. Walad se dispone a marcharse pero olvida su abrigo en la habitación donde yace su madre muerta y se ve obligado a entrar y estar a solas con ella. Ante ella, solos los dos, se revela todo aquello que durante tantos años le atormentó. Junto a su madre aparece la mujer de los brazos de madera que viene a devorarla. Su miedo de infancia se presenta ante él, esa mujer se dirige ahora hacia él y le dice que por fin le tiene cerca e indefenso para devorarle a él también. Una jauría de lobos salta sobre la mujer de los brazos de madera y consiguen que Walad huya a salvo. Un miedo de infancia acaba con otro miedo. Y Walad ahora ve claro quién es su madre, la persona que siempre le protegió y le salvó, a la que incansablemente necesita representar en cada cuadro para salvarse, sin saber por qué.
Este obús era mucho más figurado, menos explicito y más poético que aquel "Incendio". Esto hacía que a veces fuera complejo seguir la historia a lo que además se unía que el texto contaba con muchos gestos, guiños y recuerdos de tradiciones de este país. A pesar de todo su autor, Wajdi Mouawad, consigue hacernos llegar el horror en el que nuestro protagonista se hunde cada día. Sentimos qué puede ser perder la infancia, los sueños y esperanzas, vivir siempre con miedo, sin descanso y rodeado de pesadillas que sólo son superadas por la pura realidad.
Con un solo actor, con un sofá como único elemento que acompaña a nuestro personaje y con una historia contada en pasado, pero un pasado más real que muchos presentes, conseguimos sufrir y liberar todo el horror.