Hay momentos que son para ir al teatro, en los que irremediablemente necesito sanarme viendo una obra. Cuando pasa el tiempo y no piso una sala, vivo intranquila esperando el momento en el que se apagan las luces y todo empiece, sé que algo me falta y necesito volver a las tablas días seguidos, y así curar mi adicción.
Hoy necesité de teatro. No tenía en mente ninguna obra así que la busqué rápidamente, muchas de las interesantes ya habían empezado cuando vi que necesitaba ir.
Esta obra sonaba medio bien, exactamente sonaba bien y mal. En el lado interesante encontré que se trataba de teatro inmersivo, no sabía de qué iba esto pero me pareció muy apropiado. En el lado descorazonador, que sus actores eran los alumnos del curso de teatro impartido en el centro, es decir, aficionados. He visto grandes obras de escuelas de teatro (mi primer y mejor Hamlet fue interpretado por alumnos de la escuela de interpretación de Málaga) pero aquí sentí que no iban a ser geniales aficionados.
Pero allí estaba ya, sin pensármelo, enganchada al ritual del teatro.
El folleto es difícil de entender pero hay dos palabras que me hacen confiar: Harold Pinter. Son tantas las obras que he visto, tanto lo que me ha rondado en la cabeza originado por sus argumentos, tan variado, que creo que voy a disfrutarlo.
Entramos a la sala y nos invitan a ocupar los asientos distribuidos en el escenario, son pocos, sólo 12. El resto del público ocupará las butacas de la grada. Me animo a la primera fila de la grada y como con un resorte salto empoderada a por uno de esos exclusivos asientos. Hoy quiero participar, siento esa fuerza, esa valentía.
Tan pronto como empieza la obra, de una en una cuatro personas que ocupan asientos se lanzan a correr, gritar, aparentar una locura. Aquí empiezo a asustarme porque dudo si yo también tengo que hacerlo. Pero las cosas empiezan a tomar su curso. Una de las actrices nos interpela, especialmente a mí, me pide que le dé la mano pero acto seguido otro actor se lanza contra ella, instantes después me hacen cambiarme de sitio... Me pregunta si creo en algún Dios, a otros si matarían en
su nombre. En estos momentos no lo sabía pero creo que era la única persona entre el publico que no era amiga de los actores. Eso da un punto extra a la actriz que no fue a lo fácil, a buscar la complicidad de un amigo sino la intervención de una extraña.
Los personajes son histriónicos, la chica, se encuentra dolida y rabiosa e interroga a los otros personajes. Les venda los ojos y les maneja conforme a sus órdenes. Pregunta al chico, González, si le respeta, pregunta que me pide que yo le repita. Éste se ríe cortadamente, no sabe ni qué contestar. No sabe ni qué decir sobre el hijo que engendró en ella hace años. Es una lucha encarnizada de reproches y silencios. Miércoles, que es como se llama la chica, desespera con la apatía y desinterés de él.
En el segundo acto retiramos las sillas y las pegamos a la pared. Abandonamos ligeramente el centro de la escena. Hemos retrocedido 8 años en la historia. Aquí una chica llamada Urraca
adora
la constitución y repite sus textos, párrafos y capítulos como en el éxtasis de la oración religiosa. Un hombre aparece con un maletín y cuenta que viene a reclamar que se acabe la Navidad, ya que su madre es muy infeliz porque las ventas en su sex-shop bajan mucho en esa época. Aprovecha para explicar que toda su familia se ha dedicado a ese digno negocio, tanto en barra americana como en salas de exhibición y quiere que sus dos hijas continúen la saga. La congresista, Urraca, huele el maletín y ya no es capaz de separarse de él, por la rendija esnifa como una adicta el material que lleva dentro. Intenta convencerle para que se lo entregue, se lo quita, esconde, roba, todo vale para hacerse con él.
Los otros actores se han unido como público entre nosotros. Critican la representación, no les está gustando nada. Así que se monta una pequeña trifulca en la que se enfrentan la chica del publico y el actor. Ella dice ser mucho mejor que él representando ese papel y consigue hacerlo. La lucha se resuelve con una votación del publico y aquí llega algo muy curioso: el combate dará lugar a dos posibles finales en función de quién sea el vencedor. Si gana el chico veremos la versión más purista de Harold Pinter (que ya es decir!!) basada íntegramente en sus textos. Sin embargo, si gana ella asistiremos al Pinter más gamberro y abierto.
Y el ganador es... la chica. Así que si la obra no era suficientemente libre e interpretable, le vuelven a dar una vuelta de tuerca.
El tercer acto será un mes antes del segundo, y aquí veremos el momento en que los cuatro personajes se conocen. Miércoles, Urraca, Gonzalez y Pérez. Este último tiene una tienda china y se hace pasar por ciudadano pequinés, aunque no lo sea, invitando a todos a entrar a comprar. Miércoles y González retozan y no hacen caso de las quejas de Pérez por lo sucio que está todo. Urraca llega a la tienda, obsesionada como siempre. Miércoles descubrirá que se ha quedado embarazada de González y lleva dentro un hijo, que es el que le echará en cara ocho años después, como hemos visto en el primer acto.
Y esta es la historia o lo que yo he podido sintetizar de lo visto. Y una vez contada, decir que la representación va hacia atrás en el tiempo, como en la gran TRAICIÓN de Pinter.
Para entender algo más habrá que leerse todos los textos originales en los que se basa esta composición: "ashes to ashes", "interview", "one for the road", "Dialogue for three", y "applicant".
Y una vez acabado, el director y los actores se sientan delante nuestra para que les preguntemos, dialoguemos. Nos explica que la obra de teatro inmersivo no busca tanto la compresión a través del texto, sino conseguir transmitir sensorialmente y buscar el desarrollo cognitivo. Todo esto se consigue estimulando las neuronas espejo en el público y cambiando lo que esperamos que pasará, rompiendo lo previsible para generar esa provocación que toque la sensibilidad del público en todas sus caras.
Y quizá lo hayan conseguido, porque, como decían, quizá no hayamos entendido las historias, pero si hemos sentido, el objetivo está cumplido.
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