martes, 22 de febrero de 2022

LOS SECUESTRADORES DEL LAGO CHIEMSEE

Elegí esta obra porque todo en ella me conquistaba, emplazamiento, elenco, director, autor... No leí más, me dejé llevar por mi instinto y arrastré hasta allí a mis confiadxs incondicionales. 

La sala verde del Teatro Canal es una mezcla extraña, a mitad de camino entre los delirios de grandeza de Esperanza Aguirre y un referente de acción teatral transgresora... Jamás habría imaginado que se podría convertir en uno de mis espacios imprescindibles...

Elijo los asientos con cuidado, confiada en mi experiencia teatrera en esa sala. Sin embargo con el tiempo voy detectando que la incomodidad de las sillas es inversamente proporcional al interés que tengo por la obra. Y tristemente esta vez me resultaron relativamente incomodas. 

La obra lo tiene casi todo, entre otras cosas también cuenta con grandes expectativas y puede que ese sea el problema. 

La historia relata la situación atípica que atraviesan cinco adorables personajes en el ocaso de su vida que, tras verse engañados por su asesor fiscal y perder todos los ahorros de su vida, deciden secuestrar y torturar al causante de sus males. 

Cada pensionista actuará de una forma bien diferente ante el despropósito aunque todos coincidirán en justificar la actuación. Uno de ellos será el cabecilla, dispuesto a todo para conseguir que su dinero y el de sus amigos les sea reembolsado. 

Torturas, amenazas y coacción son métodos válidos que llegado un cierto momento comenzarán a surtir efecto. Otro amigo de carácter más pusilánime es chantajeado por el secuestrado para que le libere, pero éste no caerá en sus redes siendo fiel a la amistad de sus compañeros y a cierto miedo si actúa por libre. 

El tercer hombre está más preocupado por su relación extramatrimonial con la mujer de su amigo que por el dinero, y cuando el preso insinúa que lo sabe y lo va a contar si no le libera, éste le deja escapar sin más dilación. Sin embargo el joven asesor es encontrado, atrapado y devuelto a la casa. 

Las dos mujeres pasan el día disfrutando del buen tiempo, lamentándose de la pérdida del dinero y esperando que el secuestro les traiga buenos resultados. En la relajada conversación que mantienen las dos, una se percata de que su amiga está perdiendo la memoria, cosa que le preocupa aunque esto no le hace abandonar a su amante, marido de aquella. Al contrario, ambos posteriormente justifican que esa relación oculta les salva y da vida. 

La policía busca al secuestrado, su familia le espera ansiosa sin saber si le encontrará con vida o sin ella... y mientras los ancianos descansan en el porche a la vez que se van turnando para torturar a su asesor. No es fácil sospechar de unos seres tan entrañables y decrépitos. 

Después de muchas torturas, solo la amenaza a la familia parece hacerle ceder y aceptar la devolución de la suma completa de dinero. Pero la negociación se complica, se va de las manos y el reo acaba siendo asesinado.

Antes de deshacerse de la víctima, los cinco amigos deciden disfrutar de una comida relajada, dejando el cuerpo del que fuera su consultor, aún caliente, enrollado en una alfombra a escasos metros de la mesa de jardín donde todos charlan entretenidos. 

Pero parece que su poca profesionalidad ha dejado muchas pistas y un helicóptero de la policía aparece de subito, les encañona con focos y armas y les obliga a tirarse al suelo con las manos en alto. Estos se quedan sorprendidos sin entender que estaban haciendo algo mal, ya que lo único que querían era recuperar el dinero que tan injustamente les había hecho perder su asesor. 

El debate está servido: quién es más culpable, aquel que dentro de la ley abusa de su posición sabiendo que no va a tener condena? Aquel que decide tomarse la ley por su mano y reclamar lo que lícitamente ganó?

La obra es entretenida, una comedia negra con un tema controvertido detrás. Pero para mí faltó profundidad, diálogos, personajes más elaborados... El tema podría haber dado más de sí, aunque en ese caso no se trataría de una comedia.  

jueves, 17 de febrero de 2022

LA BATALLA DE LOS AUSENTES

Echaba de menos volver a ver las tablas desde mi querido asiento, disfrutar de ese telón que sube y baja (aunque hoy no se movió), ese momento único en que todo se apaga y comienza la magia del teatro.

Vi un correo anunciando obras y rápidamente me inundaron las ganas de volver. Así que acabé la mañana con 2 entradas para disfrutar de ellas durante las próximas horas/días.

 La primera resolución fue Mario Gas, pero de eso ya hablaremos más adelante. La segunda fue La Zaranda, el antiguo Teatro Inestable de Andalucía la Baja, rebautizado hace años como Teatro Inestable de Ninguna Parte. Ese grupo de teatreros tan peculiar que parece que vienen de la compañía La Barraca y llevan a sus espaldas mil barracones como seña de su amor por el teatro. Y sin embargo son tremendamente irreverentes, comprometidos con su idea de no dejar a nadie relajarse, y todo desde una corrección e inteligencia extremas.

 Verles es exponerse al espejo en el que vemos todas nuestras deformidades, desenterrar aquello que aceptamos por comodidad pero que nos molesta y oprime.

 


La batalla de los ausentes es un canto al olvido que sufren aquellos que en el pasado lucharon por una causa pero ahora nadie les recuerda. Así empieza la obra y conforme avanza nos regala mucho más. Porque lo genial de esta compañía es cómo crean un ambiente de amargo humor en la que la risa perturbadora, como la llama Eusebio Calonge, surge a costa de seres desvalidos. Y todo esto se completa con frases que cuentan grandes verdades de una forma muy poética.

 


Tres militares asisten al homenaje que se rinde en el lugar de una batalla en la que casi todos sus compañeros perecieron. En el acto se llevan una desagradable sorpresa, nadie ha asistido, ni prensa, ni políticos, ni militares… Los ausentes no interesan a la sociedad. Como bien dicen, no viene nadie porque saben bien quienes son, o, si es la batalla de los ausentes, están todos. Recuerdan la dureza de la vida en las trincheras, discuten sobre quién hizo el acto más heroico o cuál se escondió ante el ataque del enemigo y gracias a eso sigue vivo, se pelean por la ubicación en la que ocurrió la terrible batalla que es donde depositarán la corona de laurel. Todo para no enfrentar la dura realidad del olvido.

 

En la locura del comandante entran en la trinchera y empiezan a recrear lo que vivieron allí, guardan la esperanza de recuperar la gloria del pasado. Pero no es fácil simular una lucha cuando no hay un enemigo visible que les ataca. Mueven la línea de fuego, simulan ser cada uno de un bando, buscan un sonido que les haga estar en guardia… Entre uno y otro delirio del comandante, los dos soldados comentan que tienen que seguirle la corriente al comandante a la espera de que alguien se haga cargo de él, ya que su familia pretende darle por muerto y en el asilo se han desentendido de él.   

 


Como lo de la guerra parece que no funciona, le proponen que se haga el dirigente de todo el territorio que han ocupado. El comandante es agasajado y tratado como un rey, vestido con traje y capa y acompañado al trono. 



Pero frente a todas las políticas que podría aplicar, decide ser un opresor con su pueblo, someterles, privarles del derecho de opinión y manifestación, encarcelar a los subversivos, borrar las señas del bando perdedor, convertir ministerios en lugares llenos de parásitos, entregar pantallas al pueblo que eliminen el pensamiento crítico, ajusticiar a los molestos como medida represora, elegir a los verdugos como parte importante de su gobierno. Todo ello con la idea de postergar su gobierno corrupto todo el tiempo que le sea posible.

 

Y entre todo este desvarío comienzan a sonar disparos del otro bando. Es el aviso de que las decisiones tomadas nunca ayudarán a pacificar el mundo. Como ellos dicen, la vida no tiene sentido sin un enemigo, pero ahora que no lo vemos es porque está entre nosotros, dentro de cada uno, es aquel que nos ha sometido y nos mantiene atados a un mundo falso.

 


La batalla es la única forma de vida para ellos, lo único que les mantiene la esperanza de no morir, de no caer en el olvido, de dar un sentido a la existencia. Una luz que nunca se apaga, que les acompaña donde quiera que se muevan, es el símbolo de la esperanza. Los tres militares acabaran volviendo a las trincheras, escondiéndose bajo ellas, guardando su dignidad.

 

La obra aborda con humor el simil de la vida actual, en continuo combate. Y nos muestra ese combate como algo difícil, donde lo que estamos perdiendo es el sentido poético de la existencia y para resistir solo tenemos la dignidad y la fe. La única forma de encontrar sentido a la lucha es ser personajes quijotescos.

 


La obra es esperpéntica, podría haberla firmado Don Ramón María.

 

En escena aparecen todos los objetos que son sello de la Zaranda, sacos, caretas, perchero, sillas con ruedas, maniquíes… Ellos mueven a su antojo el atrezzo y al público, en un baile descarnado y necesario.