jueves, 17 de febrero de 2022

LA BATALLA DE LOS AUSENTES

Echaba de menos volver a ver las tablas desde mi querido asiento, disfrutar de ese telón que sube y baja (aunque hoy no se movió), ese momento único en que todo se apaga y comienza la magia del teatro.

Vi un correo anunciando obras y rápidamente me inundaron las ganas de volver. Así que acabé la mañana con 2 entradas para disfrutar de ellas durante las próximas horas/días.

 La primera resolución fue Mario Gas, pero de eso ya hablaremos más adelante. La segunda fue La Zaranda, el antiguo Teatro Inestable de Andalucía la Baja, rebautizado hace años como Teatro Inestable de Ninguna Parte. Ese grupo de teatreros tan peculiar que parece que vienen de la compañía La Barraca y llevan a sus espaldas mil barracones como seña de su amor por el teatro. Y sin embargo son tremendamente irreverentes, comprometidos con su idea de no dejar a nadie relajarse, y todo desde una corrección e inteligencia extremas.

 Verles es exponerse al espejo en el que vemos todas nuestras deformidades, desenterrar aquello que aceptamos por comodidad pero que nos molesta y oprime.

 


La batalla de los ausentes es un canto al olvido que sufren aquellos que en el pasado lucharon por una causa pero ahora nadie les recuerda. Así empieza la obra y conforme avanza nos regala mucho más. Porque lo genial de esta compañía es cómo crean un ambiente de amargo humor en la que la risa perturbadora, como la llama Eusebio Calonge, surge a costa de seres desvalidos. Y todo esto se completa con frases que cuentan grandes verdades de una forma muy poética.

 


Tres militares asisten al homenaje que se rinde en el lugar de una batalla en la que casi todos sus compañeros perecieron. En el acto se llevan una desagradable sorpresa, nadie ha asistido, ni prensa, ni políticos, ni militares… Los ausentes no interesan a la sociedad. Como bien dicen, no viene nadie porque saben bien quienes son, o, si es la batalla de los ausentes, están todos. Recuerdan la dureza de la vida en las trincheras, discuten sobre quién hizo el acto más heroico o cuál se escondió ante el ataque del enemigo y gracias a eso sigue vivo, se pelean por la ubicación en la que ocurrió la terrible batalla que es donde depositarán la corona de laurel. Todo para no enfrentar la dura realidad del olvido.

 

En la locura del comandante entran en la trinchera y empiezan a recrear lo que vivieron allí, guardan la esperanza de recuperar la gloria del pasado. Pero no es fácil simular una lucha cuando no hay un enemigo visible que les ataca. Mueven la línea de fuego, simulan ser cada uno de un bando, buscan un sonido que les haga estar en guardia… Entre uno y otro delirio del comandante, los dos soldados comentan que tienen que seguirle la corriente al comandante a la espera de que alguien se haga cargo de él, ya que su familia pretende darle por muerto y en el asilo se han desentendido de él.   

 


Como lo de la guerra parece que no funciona, le proponen que se haga el dirigente de todo el territorio que han ocupado. El comandante es agasajado y tratado como un rey, vestido con traje y capa y acompañado al trono. 



Pero frente a todas las políticas que podría aplicar, decide ser un opresor con su pueblo, someterles, privarles del derecho de opinión y manifestación, encarcelar a los subversivos, borrar las señas del bando perdedor, convertir ministerios en lugares llenos de parásitos, entregar pantallas al pueblo que eliminen el pensamiento crítico, ajusticiar a los molestos como medida represora, elegir a los verdugos como parte importante de su gobierno. Todo ello con la idea de postergar su gobierno corrupto todo el tiempo que le sea posible.

 

Y entre todo este desvarío comienzan a sonar disparos del otro bando. Es el aviso de que las decisiones tomadas nunca ayudarán a pacificar el mundo. Como ellos dicen, la vida no tiene sentido sin un enemigo, pero ahora que no lo vemos es porque está entre nosotros, dentro de cada uno, es aquel que nos ha sometido y nos mantiene atados a un mundo falso.

 


La batalla es la única forma de vida para ellos, lo único que les mantiene la esperanza de no morir, de no caer en el olvido, de dar un sentido a la existencia. Una luz que nunca se apaga, que les acompaña donde quiera que se muevan, es el símbolo de la esperanza. Los tres militares acabaran volviendo a las trincheras, escondiéndose bajo ellas, guardando su dignidad.

 

La obra aborda con humor el simil de la vida actual, en continuo combate. Y nos muestra ese combate como algo difícil, donde lo que estamos perdiendo es el sentido poético de la existencia y para resistir solo tenemos la dignidad y la fe. La única forma de encontrar sentido a la lucha es ser personajes quijotescos.

 


La obra es esperpéntica, podría haberla firmado Don Ramón María.

 

En escena aparecen todos los objetos que son sello de la Zaranda, sacos, caretas, perchero, sillas con ruedas, maniquíes… Ellos mueven a su antojo el atrezzo y al público, en un baile descarnado y necesario. 




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