sábado, 23 de junio de 2012

CENIZAS A LAS CENIZAS


El genial Harold Pinter vuelve a la carga con una de esas obras de estilo tan característico que buscan convulsionar, revolver al público. Nos plantea historias sencillas desde puntos de vista complejos, lleva las situaciones al límite con el fin de mostrar la miseria humana. Todo esto en un autor inglés que vivió sus últimos años ya en el s. XXI y que fue reconocido con un Nobel. 
Son unas cuántas las obras de Pinter que he visto, en ellas todo el peso recae sobre el texto, los diálogos y por tanto sobre el trabajo de los actores.

Cenizas a la cenizas es un diálogo entre dos personajes, una pareja madura. Empiezan a recordar el pasado, en una especie de interrogatorio, el marido quiere conocer lo que ella vivió con su amante. Los recuerdos no encajan, la historia que nos cuentan entre ambos tiene muchas lagunas y solo con estos pequeños retazos no podemos entender lo ocurrido. Él quiere saberlo todo, como era el hombre, qué dijo, qué sintió ella. Y su mujer sólo parece recordar trozos inconexos, “una mano en su cuello, la otra en su garganta, una fábrica llena de trabajadores que mostraban máximo respeto hacia este hombre, su amante. Y entre los recuerdos surge un andén y mujeres con niños, y ese hombre que le apretaba el cuello estaba robando a los niños de los brazos de sus madres. Las imágenes del pasado ya no vienen acompañadas de dolor, quizá nunca lo estuvieron, porque hay dolores tan insoportables que son ocultados tras muchas capas, son tergiversados para que se pueda seguir viviendo. 

El díálogo es un ejercicio continuo de recuperaración de todos aquellos momentos no superados, enmascarados en una mentira más aceptable, como la imagen de aquellos hombres caminando con sus maletas hacia el mar y hundiéndose en él. Junto a éstos también surgen recuerdos recientes, los del día a día actual, son problemas sencillos y casi banales que se contraponen a esos lejanos y dolorosos. Éstos momentos superficiales les hacen volver a sentirse humanos, con sus esperanzas, problemas e incongruencias. 

La sensación era de desconcierto a cinco minutos del fin de la obra, y más aún, no eramos capaces de distinguir si todo lo contado ocurrió en realidad o era una invención, como parte de un juego macabro.
Pero un último recuerdo viene a aclarar lo que la historia esconde: mujeres, ancianos, niños iban por las calles, ella misma iba por esa calle con un hatillo y en él envuelto, su pequeño. Llegaron al andén, el bebé escondido echó a llorar, fue descubierto y un hombre se lo arrancó de los brazos. Ahora tendría que montar sola al tren que la llevaría lejos de allí. En el trayecto encontró a una vecina que le preguntó por su hijo y ella sólo pudo responder que no sabía de quién le hablaba.

Todo empieza a encajar, las piezas cobran sentido, pasan a ocupar su espacio y su tiempo. Todo ocurrió hace mucho, su pequeño fue robado, ella fue conducida en los trenes a un campo de concentración, allí sufrió continuas violaciones de uno de los generales del campo y deseó morir, ser asfixiada, acabar con las torturas, poner fin a esa pesadilla. Pero sobrevivió a la barbarie, o al menos su cuerpo sí pudo soportarlo. Su mente tuvo que inventar una historia para poder vivir después de aquello: olvidó al pequeño e imaginó al torturador como un amante. Y su marido pretende que ella recuerde y saque ese dolor que tiene dentro. Así al final de la revelación, él le pide que vuelvan a empezar pero ella contesta que lo único que puede hacer es volver a terminar, que no hay otra solución, echar cenizas a las cenizas es lo único que le queda.

En una obra como ésta, el papel de los actores es vital, lo ocupa todo . Más aún cuando se representa en una sala, el Teatro de la Puertas Estrecha, que cuenta con una única fila de butacas. Los actores están situados a escasa distancia del poco público (15 butacas!), lo que es un regalo para los espectadores. Sólo que con obras como ésta y unido al tipo de sala, los sentimientos, la asfixia consiguen calar mucho más hondo. 

martes, 12 de junio de 2012

FOLLIES


Hoy la obra era un musical con mayúsculas, nada que ver con las comedias/musicales, como en la última ocasión. No es que mi gusto haya dado un giro de ciento ochenta grados, tampoco es que esté agotada de ver obras reivindicativas, dramas sociales y económicos, o autores americanos de la primera mitad del s. XX. El motivo de haberla elegido es que siempre hay excepciones y entre tanto musical corrientucho, alguno tiene que ser bueno. Éste viene avalado por el Teatro Español, es decir, por Mario Gas, lo dirige él mismo, y tiene un gran reparto de actrices y actores difícil de encontrar, y menos en una única obra. Y aunque esto no sea muy relevante, todos los días cuelgan el cartel de "No hay localidades".

El musical es típicamente americano, la idea es original de allí, y así también son la película y las mil representaciones que se han llevado a escena. El texto no ha sido adaptado, por lo que la historia tiene lugar en un teatro en Nueva York y los personajes vienen de ciudades y estados del mismo país. 

Un teatro viejo cuenta sus últimas horas antes de su derrumbe. Allí se construirá un aparcamiento. Son los años 70, una nueva era en la que los teatros de varietés ya perdieron su lugar. Pero vinculados a este teatro hubo muchas artistas en los años 40. Su antiguo director decide organizar una fiesta con todos los que vivieron sus momentos de gloria, todas las cantantes que soñaron con saltar desde su escenario a la fama. Asistimos al reencuentro de esta gran familia, muchos no habían tenido contacto desde hace 30 años. Algunos se quieren, otros se odian, y otros recuerdan viejas historias olvidadas. 



Entre todas las vidas que nos cuentan, unas toman especial protagonismo, las de dos parejas que en su tiempo fueron muy amigos. Ninguno de los cuatro es feliz, ninguno se siente querido, piensan que han desperdiciado su vida con la persona inadecuada. Una de las mujeres, Sally, estuvo locamente enamorada de Ben, el actual marido de su amiga. Hace 30 años él decidió quedarse con la otra, con Philips. Pero ahora tiene que reconocer que nunca la quiso, porque nunca quiso realmente a nadie, sólo se quiso a él. Así que pasa su tiempo alternando con las mujeres que se prestan a su juego. Por otro lado su mujer también liga con jovencitos. Sally charla con Ben y revive su amor, le convence de éste y él incluso está dispuesto a dejarlo todo por sentirse querido pero finalmente entiende que lo único que quiere alimentar es su ego y da marcha atrás, reconoce que no la quiere. Ella herida vuelve con su marido, sabiendo que la quiere y que un amor que pasó hace décadas no puede revivir, porque tuvo su oportunidad y no la aprovechó. La mujer de Ben, Philips sabe que él no podría estar lejos de ella porque tantos años juntos les ha hecho entenderse y quererse a su manera. 
La historia está contada de forma amena, ya que junto a los ancianos reunidos para la fiesta, jóvenes actores representan las historias que vivieron los jóvenes. Y sólo en el momento que se enfrentan a la verdad, los actores del mismo personaje se miran a los ojos y se preguntan por lo que han hecho con sus vidas, por la decisión que tomaron y les condicionó para siempre. Este recurso hace que la historia quede más poética, dentro de su simplicidad.
  
Además los viejos actores representan números de aquella época, hacen coreografías, se lucen como lo habrían hecho hace años. Las canciones son de todo tipo, cómicas, románticas, desesperadas, muchas canciones, demasiadas para mí. Pero es que para esto hemos venido. 


En conjunto diría que lo he pasado bien disfrutando de un musical pero que hasta la próxima vez que repita, pasará bastante tiempo. Lo que realmente no acaba de llenarme de este género es que la historia suele ser simplona, poco trabajada o ñoña, y es que cuando se va a ver un musical se piensa en disfrutar de las canciones, bailes, cabaret y el argumento sólo intenta conectar las piezas sin mayor importancia. Claro que cuando yo voy al teatro voy pensando en escuchar historias interesantes.

domingo, 10 de junio de 2012

EL INSPECTOR

Podría decir que la obra que he visto hoy es en conjunto una de las mejores del último año. Cuenta una historia interesante y reivindicativa en un contexto de comedia/musical muy divertida. El tema es el mismo de las últimas entregas, aunque no por eso se hace pesado y puede que, a base de tanto repetirlo, nos acabe calando hondo. Aquí nos hablan de la avaricia de los poderosos, de los delitos cometidos por los que ostentan el poder aprovechándose de su posición. 

En un pequeño pueblo el alcalde y sus secuaces dirigen el ayuntamiento, pero a su vez sacan todos los beneficios posibles aprovechándose de sus conciudadanos. Los personajes son caricaturescos pero en ellos descubrimos a personas reales que en poco se diferencian de éstos inventados. Todos los delitos, apropiaciones indebidas, cohecho, sobornos se muestran aquí, como copia de nuestro mundo. Y eso que la obra fue escrita por el ruso Gogol en el s. XIX, parece que no hemos cambiado nada.

La vida transcurre cómodamente para estos aprovechados de la sociedad, viven entre inauguraciones y fiestas, y todos los actos a costa del erario público. Los problemas empiezan cuando se enteran de que un inspector aparecerá de incognito en el pueblo a revisar si las subvenciones se han destinado adecuadamente a los proyectos previstos: sanidad, educación, obras públicas. Con el miedo en el cuerpo, alcalde y concejales intentan esconder en un día lo que no hicieron en 10 años. Para colmo, atan cabos y deducen que el extraño inquilino que lleva dos semanas en la pensión del pueblo tiene que ser el funcionario mandado desde la capital. Y qué mejor para salir airoso del entuerto que ir a presentarle los respetos y tantear las posibilidades de un soborno. El joven es un don nadie, un vividor que pasa mucha hambre y tiene mucha cara. Subsiste con el dinero que le pasa su padre, que tan pronto como recibe, se gasta en juergas. Pero ve el cielo abierto cuando descubre la confusión: está siendo tomado por un alto cargo de la administración. Así que intuyendo los beneficios, decide aceptar su nuevo rol y demandar sobornos en metálico a todos los concejales, alcalde, y hasta al pueblo llano, que también pasa por allí a contarle la explotación a la que son sometidos. No sólo recibe dinero, también otros favores, como ser acogido en la casa del alcalde y el derecho a roce con la mujer de éste, que rápidamente se le insinúa. Todos valoran su educación y conocimientos, reconocen en él el porte de la capital, todos son elogios para este aprovechado. En el colmo de su engaño y jeta, pide la mano de la hija del alcalde, lo que toman todos por el mayor regalo que le hayan podido hacer a éste.
La nueva situación, estar emparentado con un alto funcionario que se codea incluso con el rey, hace a todos soñar con las ventajas que podrán obtener de la nueva situación. El alcalde llegará como mínimo a ministro, si no a presidente, sus concejales ocuparán altos cargos en la capital, ya que tienen mucha información comprometedora que les asegura un buen puesto a cambio de su silencio. La ambiciosa mujer del alcalde se lucirá como primera dama ante su país. 

Todo va sobre ruedas para el supuesto funcionario, y como colofón anuncia que tiene que partir unos días pero pronto volverá para cerrar la fecha de la boda. Así consigue huir con todo el dinero recogido, los bolsillos llenos de billetes a cambio de nada. Ha disfrutado tanto con la farsa que antes de marchar escribe una carta a un amigo describiéndole las personalidades de cada uno de los paletos concejales, alcalde y su señora y confesando lo que se ha reído de ellos. El departamento de comunicaciones, que se dedica únicamente al cotilleo, la intercepta y lee, pensando encontrar ahí un buen informe de su pueblo. A cambio lo que descubre es el timo que ha sufrido. No sólo se sienten heridos por el robo, también porque un ser simple como ése ha descrito a la perfección las mezquindades de todos y cada uno.

Ninguno se salva de quema en la hoguera, todos los personajes se mueven por su propio interés intentando obtener el mayor beneficio personal, engañando a todo el que se les ponga delante. Dice Gogol que lo único ingenuo aquí es la risa, y es verdad que ésta sale espontanea, aunque también es una risa amarga porque acabamos divirtiéndonos y arrancando una carcajada de nosotros mismos, de lo caricaturesco que podemos llegar a ser. El problema es que nos cuesta verlo en nosotros y parece que contado desde fuera nos resulta más sencillo de entender. La obra recuerda a las del italiano Eduardo de Filippo, y su Arte de la Comedia. También recuerda a las noticias del telediario.

La obra es del s. XIX, pero como tema universal, en su adaptación  evita toda mención  a esa época, tampoco se ambienta en la Rusia original. Sí se incluyen algunas pequeñas referencias a nuestro país y al momento actual, que no me suelen gustar pero aquí quedaban estupendamente, como son la construcción de un futuro casino y el regalo de los trajes.

La obra es estupenda, como decía, lo tiene todo. Va a ser verdad que Miguel del Arco es un director genial, todo lo que toca lo convierte en grandes representaciones.