domingo, 10 de junio de 2012

EL INSPECTOR

Podría decir que la obra que he visto hoy es en conjunto una de las mejores del último año. Cuenta una historia interesante y reivindicativa en un contexto de comedia/musical muy divertida. El tema es el mismo de las últimas entregas, aunque no por eso se hace pesado y puede que, a base de tanto repetirlo, nos acabe calando hondo. Aquí nos hablan de la avaricia de los poderosos, de los delitos cometidos por los que ostentan el poder aprovechándose de su posición. 

En un pequeño pueblo el alcalde y sus secuaces dirigen el ayuntamiento, pero a su vez sacan todos los beneficios posibles aprovechándose de sus conciudadanos. Los personajes son caricaturescos pero en ellos descubrimos a personas reales que en poco se diferencian de éstos inventados. Todos los delitos, apropiaciones indebidas, cohecho, sobornos se muestran aquí, como copia de nuestro mundo. Y eso que la obra fue escrita por el ruso Gogol en el s. XIX, parece que no hemos cambiado nada.

La vida transcurre cómodamente para estos aprovechados de la sociedad, viven entre inauguraciones y fiestas, y todos los actos a costa del erario público. Los problemas empiezan cuando se enteran de que un inspector aparecerá de incognito en el pueblo a revisar si las subvenciones se han destinado adecuadamente a los proyectos previstos: sanidad, educación, obras públicas. Con el miedo en el cuerpo, alcalde y concejales intentan esconder en un día lo que no hicieron en 10 años. Para colmo, atan cabos y deducen que el extraño inquilino que lleva dos semanas en la pensión del pueblo tiene que ser el funcionario mandado desde la capital. Y qué mejor para salir airoso del entuerto que ir a presentarle los respetos y tantear las posibilidades de un soborno. El joven es un don nadie, un vividor que pasa mucha hambre y tiene mucha cara. Subsiste con el dinero que le pasa su padre, que tan pronto como recibe, se gasta en juergas. Pero ve el cielo abierto cuando descubre la confusión: está siendo tomado por un alto cargo de la administración. Así que intuyendo los beneficios, decide aceptar su nuevo rol y demandar sobornos en metálico a todos los concejales, alcalde, y hasta al pueblo llano, que también pasa por allí a contarle la explotación a la que son sometidos. No sólo recibe dinero, también otros favores, como ser acogido en la casa del alcalde y el derecho a roce con la mujer de éste, que rápidamente se le insinúa. Todos valoran su educación y conocimientos, reconocen en él el porte de la capital, todos son elogios para este aprovechado. En el colmo de su engaño y jeta, pide la mano de la hija del alcalde, lo que toman todos por el mayor regalo que le hayan podido hacer a éste.
La nueva situación, estar emparentado con un alto funcionario que se codea incluso con el rey, hace a todos soñar con las ventajas que podrán obtener de la nueva situación. El alcalde llegará como mínimo a ministro, si no a presidente, sus concejales ocuparán altos cargos en la capital, ya que tienen mucha información comprometedora que les asegura un buen puesto a cambio de su silencio. La ambiciosa mujer del alcalde se lucirá como primera dama ante su país. 

Todo va sobre ruedas para el supuesto funcionario, y como colofón anuncia que tiene que partir unos días pero pronto volverá para cerrar la fecha de la boda. Así consigue huir con todo el dinero recogido, los bolsillos llenos de billetes a cambio de nada. Ha disfrutado tanto con la farsa que antes de marchar escribe una carta a un amigo describiéndole las personalidades de cada uno de los paletos concejales, alcalde y su señora y confesando lo que se ha reído de ellos. El departamento de comunicaciones, que se dedica únicamente al cotilleo, la intercepta y lee, pensando encontrar ahí un buen informe de su pueblo. A cambio lo que descubre es el timo que ha sufrido. No sólo se sienten heridos por el robo, también porque un ser simple como ése ha descrito a la perfección las mezquindades de todos y cada uno.

Ninguno se salva de quema en la hoguera, todos los personajes se mueven por su propio interés intentando obtener el mayor beneficio personal, engañando a todo el que se les ponga delante. Dice Gogol que lo único ingenuo aquí es la risa, y es verdad que ésta sale espontanea, aunque también es una risa amarga porque acabamos divirtiéndonos y arrancando una carcajada de nosotros mismos, de lo caricaturesco que podemos llegar a ser. El problema es que nos cuesta verlo en nosotros y parece que contado desde fuera nos resulta más sencillo de entender. La obra recuerda a las del italiano Eduardo de Filippo, y su Arte de la Comedia. También recuerda a las noticias del telediario.

La obra es del s. XIX, pero como tema universal, en su adaptación  evita toda mención  a esa época, tampoco se ambienta en la Rusia original. Sí se incluyen algunas pequeñas referencias a nuestro país y al momento actual, que no me suelen gustar pero aquí quedaban estupendamente, como son la construcción de un futuro casino y el regalo de los trajes.

La obra es estupenda, como decía, lo tiene todo. Va a ser verdad que Miguel del Arco es un director genial, todo lo que toca lo convierte en grandes representaciones.

1 comentario:

  1. ¡Este blog es buenísimo! ¡Se lo recomiendo a todo el mundo!

    Me ha gustado mucho cuando dices "[La obra] También recuerda a las noticias del telediario". Es cierto, es así, sólo que los personajes de verdad tienen más jeta y escapan indemnes, gracias al soporte de quienes vienen a auditarles.

    En fin, del siglo XIX, lo que nos espera en el siglo XXI y sucesivos.

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