Ciertos acontecimientos me han mantenido alejada de los teatros y ya iba notando su falta. Hoy me topé con una tarde libre, la oportunidad perfecta para presentarme en alguna sala conocida. Recorro la cartelera frenéticamente y visito mis páginas de confianza. En ellas encuentro algunas obras interesantes pero éstas ya han conseguido el cartel de "no quedan localidades para hoy". Me alegro por ellos, aunque me habría gustado tener una butaca libre que ocupar. Por fin encuentro algo que me convence: LENGUA MADRE. Escuché hablar de la obra hace días pero no presté especial atención, aunque sí recuerdo que es un monólogo de Juan Diego, así que "me vale".
Salgo hacia el teatro y a pesar de que la tarde se complica (voy en bici y comienza a llover) me siento dispuesta a disfrutar de mi espectáculo.
La obra es sencilla, vemos poco despliegue de actores, escenografía y vestuario. Toda está en la palabra, y es que éste es el tema en torno al que gira toda la obra. Juan Diego viene a darnos una charla sobre la importancia de la palabra, la capacidad que da a las personas para comunicarse y transmitir ideas. Y a su vez viene a contarnos la catástrofe a la que se encamina nuestra lengua, y nosotros con ella. La lengua ha conseguido mantener durante siglos un orden intacto: el alfabeto. Los órdenes, económicos, políticos, sociales, fueron creados para perdurar pero acabaron siendo sustituidos por otros mejores. Sin embargo el orden de la lengua, el abecedario, ha conseguido permanecer inalterado. Ni emperadores, ni familias, ni revoluciones consiguieron situar su inicial como primera letra. A su vez, este orden consigue reunir palabras que no tendrían nada en común, escritura y escroto, por ejemplo. Esa arbitrariedad es uno de los factores que le ha hecho perdurar.
Así, nuestro actor nos lleva a hacer un recorrido por su amor por la palabra, sus descubrimientos, sus primeras experiencias. Nos cuenta como, siendo pequeño, quedó fascinado por el diccionario y decidió aprender todo su contenido según el orden establecido. Entre las primeras entradas que conoció nos cuenta anécdotas con las palabras "aborto", "abúlico", "amorfo"ó "efímero". La interpretación que hizo de sus significados le llevaron tener una vida llena de grandes sorpresas.
También imaginó su vida y la de su familia a través de las frases hechas tan repetidas por todos: "en esta casa somos muy cafeteros", "los negros llevan el baile en la sangre" o "no somos nadie".
Como conclusión nos recuerda que todos somos parte de este gran lenguaje que ha creado tanto obras inigualables como textos nefastos.
Pero Juan Diego nos recuerda que está aquí para anunciarnos la catástrofe, la pérdida del significado de las palabras y el desuso de muchas de ellas a cambio de otras nuevas. Éstas se han impuesto últimamente en todos los campos de nuestra vida: hipotecas subprime, poder de endeudamiento, cashflow...
Aquí el autor parece estar empeñado en meter, aunque sea con calzador, que la crisis actual es generada por los mercados y lo enlaza con lo expuesto antes argumentando que la palabra será el siguiente elemento a ser controlado por los mismos mercados. En ese momento las palabras perderán la libertad y la magia que encierran. Un nuevo salto en la línea argumental para decirnos que ya hemos vivido esta situación en otras materias como es el estado de bienestar, el cual nos han quitado justificando que así conseguimos que éste sea universal. Otra reflexión más para anunciar que toda reestructuración es sinónimo de privatización. Aunque la obra continúa, parece que el mensaje que pretendía darnos estaba aquí.
Se apagan las luces, finaliza la obra y una enorme algarabía recibe al actor. El público se levanta, señal de que les gustó. Yo permanezco sentada, aplaudo sin más porque la obra me ha parecido bastante normal y previsible exceptuando ciertos momentos buenos. En un primer momento pienso que se debe a que yo ya conocía bastante los textos de Juan José Millás, el autor. Me percato de que ésto tampoco es lo que me diferencia del resto porque escucho a auténticos forofos del escritor. Concluyo que entre el público había mucha gente convencida de lo que venía a ver, una obra del autor en estado puro, y escuchar mensajes parecidos a los de una campaña electoral.
Por último, tampoco destacaría la interpretación de Juan Diego. Con voz tímida representaba a una especie de lingüista defensor del castellano. El papel que representó contenía silencios debido a la emoción que sentía, que se hacían muy poco creíbles. Juan Diego es mejor que un actor de la Paramount Comedy, pero su actuación es muy mejorable.