domingo, 30 de octubre de 2011

DON JUAN TENORIO

Un año más, se representa Don Juan Tenorio en la víspera de difuntos, el 31 de octubre. El lugar, Alcalá de Henares, cuna de literatos y de la cultura española, rodeados por las antiguas murallas y frente al Palacio Arzobispal. Un lugar mágico para una representación romántica, y sombrío como corresponde al galán arquetípico español, cuyo final trágico y redentor ocurre en un cementerio.

La representación, abierta al público y al aire libre, fue afortunada pues la noche era cálida y acogedora. Tres escenarios contiguos establecían los límites de la escena. Mucho público, respetuoso y entregado. Los actores hicieron bien su papel aunque con algunos deslices, fruto quizás de la singularidad de la representación. La acústica fue excelente, igual que la iluminación, aunque en alguna ocasión el entramado del escenario impedía visualizar toda el área de representación a menos que el público estuviera justo enfrente.

La obra en sí sigue el cauce clásico. En la escena inicial, que atrae y llama la atención del espectador, Don Juan se presenta como galán canalla, aceptando peligrosas apuestas frente a su rival, Don Luis, y para desmayo de su padre y del comendador, embozados. Seguimos las consecuencias de la canallesca hasta el convento donde doña Inés sufre y se enamora. Pero la suya es una historia de amor imposible, pues Don Juan mata al comendador y a su rival y debe huir a Italia. A la vuelta de este, pasados muchos años, el galán se muestra cansado y perdido. Doña Inés también ha muerto. Y en el final trágico, es su espectro quien guía a Don Juan hacia la redención frente a una vida de maldad y eternidad de castigo.

Don Juan Tenorio es un clásico popular que atrae año tras año a jóvenes, adultos y viejos pues representa como ninguno el alma de un tiempo y de un país.


DONKA

No diría que Donka es una obra de teatro, sí un espectáculo circense, con mucha poesía y magia, llena de juegos y maravillosos momentos.Tampoco sería capaz de simplificar mi respuesta, y decir que me encantó o que me decepcionó.

La obra tuvo sus luces y sus sombras, sus momentos únicos donde todo lo que existía era la emoción del circo y la magia de los personajes que interpretaban pero hubo momentos de decepción, donde más que una obra sobre Chejov, paracía que asistíamos a un espectáculo donde usaban su nombre únicamente para atraer público, y no como inspiración y motivo de creación a partir de su universo de personajes.

Entre los momentos inolvidables recordaría uno con Chejov sentado a contraluz,creando sus obras, otro sería el de las tres hermanas jugando y disfrutando como nos las podríamos imaginar leyendo sus obras, ante su vida rural y sus desgracias, también la escena del hielo rompiéndose en una especie de ceremonia o fiesta en la que todo acaba y empieza, y muchas más, una niña aprendiendo a bailar, taconear en un casi baile flamenco, la pesca, el juego de cañas y cintas, el juego de acrobacias con truco,  las luces dando un único color que baña todo el escenario...

Y parecen bastante estas luces, pero es que para conseguir relacionar lo visto con las obras de Chejov hay que inventar e imaginar mucho. No es intuitivo ni sencillo saber de qué personaje nos hablan, e incluso aún sabiéndolo, a veces no se encuentra el sentido a la historia. Algunos malabaristas o acróbatas son geniales, pero no se consigue mezclar su juego con la obra o la vida de Chejov y eso deja una sensación extraña, la de un espectáculo típico que ha buscado dar un giro más comercial a la obra usando un nombre atractivo.

Y llegamos al final, en el que se hace un repaso a los personajes de Chejov, y una cama a modo de escenario les permite representar su minuto de gloria, mientras que el resto de actores se deja sobrepasar, arrasar por esa cama/escenario con su personaje, hasta que consiguen subirse a ésta tomando el nuevo papel.

Así acaba Chejov, ocupando su sitio final en ese escenario, como hicieron todos los personajes que él había creado en sus obras.

domingo, 23 de octubre de 2011

DIAMANTI

Me encanta las sorpresas agradables, disfruto especialmente cuando voy pensando que sé lo que voy a encontrar y vuelvo con una amplia sonrisa, la sensación de haber disfrutado plenamente de ese rato.

No voy a decir que ésta sea una de las mejores obras que he visto. Pero si se tengo en cuenta todos los elementos que forman una representación, ésta voy a colocarla entre las destacadas.
Porque no es igual una obra en un teatro público, con todos los medios, subvenciones y actores famosos, que una pequeña compañía que monta sus propias obras con actores aficionados y las representa en salones de actos de centros culturales.

Empezó la mañana con pequeños problemas, la máquina de imprimir entradas falló y hubo que retrasar el comienzo de la obra unos 15 minutos. Así que los actores tuvieron que salir a escena y entretener a los pequeños durante un buen rato, creo que más de lo que su capacidad les permitía. Pero allí estuvieron dando la cara, intentando salvar la situación y haciendo más ligera la espera de los pequeños, y por supuesto, de los mayores. Esos pequeños problemas impredecibles que se intentan solucionar de la mejor manera posible muestran sus ganas de hacer un buen trabajo.

Diamanti es la típica comedia italiana, la comedia del arte, donde no faltan sus típicos personajes, como Pulcinella o Arlequino. Pulcinella nos contará una historia de amor verdadero que pasa por muchas dificultades hasta que consigue triunfar. Como siempre, el dinero, la clase, la dote y las herencias se oponen al matrimonio de Flavio e Isabella. Para colmo, un capitán rico pero muy feo aparece en escena pidiendo la mano de Isabella. Los sirvientes de ambas familias divertirán, ayudarán y a veces entorpecerán el final que los novios esperan. Uno de ellos, el sirviente de Flavio es el otro típico personaje de la comedia del arte, Arlequino, divertido, truhán, patoso y caradura que anima la acción. La historia perfectamente podría haber sido escrita por Lope de Vega o algún otro autor del siglo de oro español, sólo cambiarían estos personajes típicos, que en las obras del s. de oro tendrían el toque español.

Y si además de todo esto tengo que explicar porqué la he disfrutado tanto,
creo que diría que los actores han sabido equilibrar en sus actuaciones pequeñas bromas y guiños a los pequeños y textos más profundos, correspondientes a la obras tal y como fueron escritas, consiguiendo una risa o sonrisa alegre y una obra divertida e inteligente. Y sí, he disfrutado como un niño.

TARTUFO

No sé qué me está pasando. Mira que presumo de ver mucho teatro y pienso que cada vez tengo más claro lo que me gusta o no. Pues parece ser que últimamente no acierto demasiado.

Voy a ver Tartufo con toda la ilusión puesta en ver un buen texto de Molière y con la mayor esperanza de acertar, ya que para disfrutar, la puesta en escena es casi igual de importante.

Tartufo es una de esas obras que me atrae, me capta, y aunque tuviera malas críticas, seguiría yendo a verla. Y no es que en este caso tenga malas críticas, pero tiene detalles que me dan mala espina: actores jóvenes, guapos y famosos, ¡cuánto daño hace la televisión!

Realmente debería de ser más fácil conseguir un buen resultado partiendo de un texto tan genial y revisando algunas de las tantas representaciones que se han hecho durante décadas, siglos. Pero algo acaba fallando y es que parece que una obra de Molière tiene que ser de humor sencillo, interpretación graciosa, risa fácil y si a esto se unen unas caras bonitas, no hay que complicarse más.

La historia habla de los caraduras, esos seres que se acercan a los poderosos, les camelan y se acaban haciendo imprescindibles, aprovechando sus malas artes. La ceguera de los ricos les permite a estos caraduras obtener todo lo que quieran, a pesar de los consejos de sus cercanos.

La obra es corta, quizá eso la salve de hacerse pesada. Los actores no están mal, tampoco bien. Es difícil ver si son buenos porque su interpretación es extremadamente forzada, supongo que esta idea también pertenece a la forma que tiene el director de entender la obra, simple, de risa fácil. Sí me resultó original la imitación que hacía de cine mudo y a cámara rápida, para contar algunas escenas.

Por lo demás, una obra simple para pasar el rato.

miércoles, 5 de octubre de 2011

YO, EL HEREDERO

Esta obra es de esas que imaginas cuando piensas en el teatro que veías en el salón de casa, en Estudio 1, hace unos 25 años. Personajes dialogando, un ambiente agradable, un salón, entrada y salida de actores, ritmo. Después llegarían obras más profundas, complejas y enrevesadas, clásicos, tantas...
Aquí disfrutar es sencillo, podría ser Mihura, Jardier Poncela o teatro del absurdo..

La historia comienza siendo divertida, sencilla, una familia rica cuenta todas sus obras de caridad, presume de sus buenas acciones, y realmente lo son. Pero todo empieza a complicarse cuando aparece un personaje que interrumpe la paz de la familia: el hijo de un hombre que acaba de fallecer y que vivió acogido durante 37 años en la casa, viene a reclamar su herencia, el puesto de su padre.
La familia encuentra absurda esta petición, o más bien, imposición, pero no consigue hacérselo ver al intruso, que con buenos argumentos esquiva todos sus intentos por echarle. Incluso el cabeza de familia, un importante abogado, pierde todas las batallas dialécticas contra el hijo aprovechado. Porque el intruso entiende que con la caridad que dieron a su padre le impidieron luchar y progresar. Fue un vividor acomodado que no dejó ninguna herencia a su hijo y éste viene a reclamar lo que su padre dejó de ganar o, a cambio, su puesto de acogido. Poco a poco los nervios de la caritativa familia se van exaltando y esa candidez y caridad iniciales se tornan en sus verdaderos sentimientos, buscan obtener el reconocimiento de los pobres ayudados por sus actos, recibir el agradecimiento continuo por sus buenas acciones, que en ciertos casos llegarán superar las barreras morales.
Porque el hombre acogido, Próspero, tuvo que hacer de bufón, de criado, de chico de los recados, y además agradecer el trato que le dieron. Pero realmente lo que sentía no era servilismo sino pura envidia. Y así fue anotando en su diario las vejaciones que sufría. El enredo va en aumento cuando el joven desvela secretos de la familia escritos por su padre en el diario que le fue enviado a su muerte. Porque éste no dejó herencia material, pero sí dejó un puesto que su hijo lucha por ocupar.

Su hijo, Próspero II, poco a poco, con su capacidad de convencer a todos, nos cuenta que esa caridad no ayuda, sino que frena los intentos de lucha y progreso. La comodidad evitó una vida mejor, e hizo aceptar situaciones degradantes.
También habla de la hipocresía alrededor de la caridad, que sólo es un deseo de reconocimiento y de devolución del favor.

La obra pasa del humor inicial, la historia simpática y algo enredada a reflejar las situaciones violentas y amargas, el hijo echa en cara cómo se reían de su padre, cómo éste aceptaba la situación por ser cómoda, y ventajosa para él, cómo él siempre fue un personaje de segunda clase que adornaba y distraía pero al que no debían nada, era él el que estaba en deuda con la familia.

Y la historia se repite, este personaje y sus ganas de vivir contagian y sacan del letargo de esa vida a la soltera de la casa que queda enamorada, como ya pasó hace años con su tía, ahora sola y triste, echando de menos al padre del nuevo intruso, al que siempre quiso.

El reparto es estupendo, pero hasta pasados los primeros quince minutos no consigue ser creíble. Ernesto Alterio simula un acento italo-napolitano que resulta muy forzado al comienzo, y cuesta ver al personaje que hay en él. Pasado este tiempo, parece que el humor facilita la compresión, pero la tensión que se vive empieza a revolvernos en el asiento, a hacernos sentir violentos a tener que decantarnos por una u otra forma de pensa, sabiendo que la aceptada socialmente  quizá no sea la que nos convence aquí.