Seis personajes en busca de autor fue escrita por Pirandello en 1921 y casi cien años después Miguel del Arco la adaptó creando La función por hacer. Con esta representación su director saltó a la fama. Tanto es así que ha sido repuesta en la sala pequeña del Abadía.
Dos personajes llenan el escenario con sus besos y juegos, desprenden pasión, atracción. Él es un artista y ella su musa. En un momento de calma el chico muestra a su pareja el retrato que ha pintado de ella. Su cara de asombro y horror es difícil de ocultar cuando se ve "troceada" en un lienzo. Él intenta averiguar su opinión, ella intenta que no se note su decepción pero tras las preguntas de él acaba desesperada gritando lo horrible que le parece la pintura.
La ambición del actor por escribir una buena historia acaba haciendo que éste ceda y quiera escuchar lo que vienen a contarle. Mientras, su compañera ironiza sobre qué es aquello tan importante que debe de ser contado allí.
Los personajes empiezan a mostrarse al público. El portavoz del grupo es un hombre serio con gran capacidad de transmitir sus sentimientos y convencer a cualquiera. Su mujer es una señora triste y apagada que lleva a un retoño entre sus brazos. Un joven musculoso es hermano del portavoz, se siente violento ante la situación, le cuesta expresar sus sentimientos y se mofa con risa amarga de todos sus compañeros. La joven, la mujer de éste último, es una chica en apariencia alegre y despreocupada.
La historia que nos cuentan es sobrecogedora, a pesar de las risas que consiguen arrancarnos. El matrimonio mayor perdió a su hijo y la madre no ha conseguido superar ese trauma. El esposo invitó a su hermano y su mujer a pasar una temporada en la casa de ellos con el fin de buscar alguna distracción a su alrededor. Sin embargo, acabó liándose con su cuñada, mientras su mujer vagaba como alma en pena. La relación extraconyugal ha llegado a tal punto que los amantes han tenido un hijo juntos.
Para contar esta historia los personajes relatarán el día fatídico en que todo se desveló, interpretarán sus papeles, o más aún, los vivirán, ya que se trata de ellos mismos. Cada uno siente lo ocurrido de muy distinta manera, mientras que la joven es feliz por volver a vivir su historia de amor con su amante, él se siente sucio y engañado por la joven engatusadora. La esposa se confiesa incapaz de volver a pasar por ese dolor agudo que le partió el alma.
Mientras tanto, los actores empiezan a disfrutar con la historia y pretenden interpretar la vida de los personajes. Pero estos cuatro no entienden cómo se puede pretender actuar, crear una ilusión frente a su realidad.
La conversación enfrenta a los dos equipos, unos consideran que el teatro es la palabra, otros que la realidad no necesita de ellas.
A la vez que los personajes cuentan su historia se enfrentan a su realidad, reflexionan sobre sus vidas. La velocidad del diálogo hace que sea complicado seguir tantas ideas que lanzan. Entre otras, nos hablan de los actos de los que nos arrepentimos, de la careta de dignidad con la que nos disfrazamos para aparentar lo que no somos, del ser despreciable que nos ocupa por dentro y del que muchas veces nos avergonzamos. También nos preguntan quiénes somos, si nos reconocemos en nosotros mismos hace diez años, o si somos los mismos cuando nos relacionamos con diferentes personas.
Estos personajes viven encerrados en una única historia, una vida que repiten y que es su única realidad.
Volviendo a la historia, tras el grito de dolor de la esposa, el marido de la joven y hermano del otro hombre, acude y encuentra al bebé. Lo coge en sus brazos y sale de allí, lo acuna para que se calme pero no consigue parar su lloro. La mujer que perdió al pequeño intenta quitárselo pero él es un ser enajenado, incapaz de razonar, encerrado en el dolor que le provocaron su mujer y su hermano. No sabe tratar a las personas, sólo conoce la violencia como forma de expresión. Así que para callar al pequeño, acaba con su vida y a continuación lo abraza en silencio.
Los actores están desesperados por todo lo ocurrido en el escenario, piden calma al público. Las luces caen y cuando el escenario se ilumina los actores están solos en escena. No quedan restos de los personajes, sólo la mancha de sangre. Y sin más, la pareja comienza a pensar cómo sacar partido a la estupenda historia que han contemplado.
El escenario está vacío, sólo un banco hará las veces de cama o asiento, para las interpretaciones de personajes y actores. Realmente el escenario está ocupado por todo el público, los actores atraviesan los pasillos, se meten entre la gente, como parte de la escena que somos.
¿Y qué nos quieren decir Luigi Pirandello y Miguel del Arco con esta historia? Pues diría que nos plantean qué es el teatro, una ilusión o una realidad. Nos pregunta qué vamos buscando, realidad o ficción, o si pretendemos encontrar una solución a nuestras vidas o al contrario, olvidar quienes somos y sentirnos ocupados con una historia ajena a nosotros.
La obra resulta compleja porque juega con nosotros, nos pregunta e incita a contestar. Sin ninguna duda este trabajo no podría haber sido llevado a cabo si el equipo de actores no hubiera entendido plenamente lo que interpretaba. Sin ello no nos habrían sabido transmitir el mensaje de una forma tan embaucadora.