martes, 25 de mayo de 2021

EL ALMA DE VALLE INCLÁN

Hace años iba asiduamente a cada nuevo monologo que estrenaba "El Brujo". Los primeros fueron geniales, una magnifica sorpresa descubrir a esos entrañables personajes desde la óptica de este ingenioso juglar. El Lazarillo, San Francisco de Asís, San Juan el evangelista... 

Solo encontré una pega: que su humor a veces sonaba algo repetido. A pesar de ser tremendamente actual, sus bromas llegaron en algún momento a resultar esperables (quizá tenga algo que ver que vivamos en un bucle y todo se repite), pero me hizo separarme durante un largo tiempo del personaje. 

Una buena compañía me propuso asistir a la representación y me pareció un estupendo momento para recuperar esa amistad. La primera vez que se disfruta una obra suya se queda una embaucada por su verborrea, su agilidad, no hay mejor manera de enamorarse del teatro. 


Esta vez El Brujo eligió a un extraño personaje, más bien le llamaría estrambótico, o como él mismo acuñó: esperpéntico. 
Entre las muchas facetas en que Valle destacó, la más famosa podría ser el encuentro con los esperpentos en la sociedad que le rodeaba.

El Brujo comienza introduciendo a Valle Inclán y lo hace mezclando la historia de su personaje con la suya propia, y todo esto lo enmarca en el momento de la elección y estudio de Inclán. Nos remontamos a la época más dura de la pandemia en la que tanto Inclán como Simón son los compañeros de vivencias de El Brujo.

Empezamos sabiendo de su entierro, donde un muchacho anarquista intenta arrancar el crucifijo del ataud, cayendo en la fosa y rompiendo la tapa, de forma que queda Don Ramón María de cuerpo presente a la vista de todos. Digno de haber sido planificado por él antes de su muerte, en una búsqueda por rizar el rizo de su vida. 

El Brujo a veces suena a broma, a argumentos forzados e inventados para sacarnos la risa. Nada que ver, cualquier detalle que cuenta está bien documentado, justificado y bibliografiado. 

Entre broma y broma (especialmente las políticas, su tema favorito), vamos conociendo qué convirtió a Inclán en ese ser de luz. 


Inclán incluía en sus textos las acotaciones, esas introducciones a los actos que solas definían un mágico e imposible mundo. Llevarlas a escena fue inimaginable durante muchos años y no por falta de medios. 

Y así nos cuenta una de sus obras más insignes, Divinas palabras. Conoceremos a esos personajes de la Galicia profunda que luchan por la supervivencia, olvidándose muy a menudo de  las necesidades de los que les rodean y llegando hasta la crueldad.

Una mujer vive buenamente de mostrar a su hijo deforme por los pueblos. Cuando ésta muere deja en herencia a su hijo a modo de gallina de los huevos de oro. La familia ansía su custodia, que queda repartida por días. Cada uno que lo "recibe" pasa a explotarlo durante los días que le corresponden. Sin embargo, un despiste debido al desliz de una de las cuidadoras con su amante hace que el niño sea emborrachado por los vecinos del pueblo hasta acabar muriendo. En lugar de recibir la justa sepultura, el difunto será entregado al siguiente custodio para desentenderse de culpas y cargos que ocasionan su muerte. Un auténtico esperpento que no está tan lejano de la vida real. 


Inclán entendía la belleza como forma pura del arte inseparable de éste, una necesidad más allá de todo lo existente, una búsqueda de lo superior. Así El Brujo asume como única forma de hablar de Inclán, un homenaje a la belleza y un canto al amor. 

Más allá de las palabras de El Brujo, la música de su fiel escudero es lo único que le acompaña. No necesita más, lo llena todo, tiene para todos. 



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