jueves, 26 de enero de 2012

LA MADRE PASOTA de Darío Fo y COSAS NUESTRAS de nosotros mismos


Si ayer la obra me pareció puro teatro, hoy podría decir que lo visto es la auténtica esencia, el teatro maduro que cumple con todos los requisitos para llamarlo genial. Especialmente juega con la originalidad y con el texto que habla de temas profundos y reales con mucha ligereza. Pero conseguir todo esto no es nada sencillo aunque estos actores hagan que así lo parezca. Para llegar a este resultado se necesita de unas carreras tan prolíficas como las suyas, que llevan 45 años subidos a los escenarios, una complicidad de matrimonio después de todos esos años trabajando juntos y una necesidad de investigar para crear un nuevo teatro, enseñar y a la vez aprender con el público. Por todo esto soy una incondicional de Uroc teatro, de Tita (Petra) Martínez y Juan Margallo.

La obra empieza con un monólogo escrito por Darío Fo. Cuenta una excéntrica y divertida historia relatada por una señora a un confesor en una iglesia.
Ella es comunista convencida, de las del partido. Ha entrado allí para refugiarse de unos perseguidores y no encuentra una manera mejor de pasar desapercibida que confesarse. Así que contará al cura sus pecados, y con ello, su vida. Casada con un comunista acomodado (sólo de puertas para fuera de la casa), tienen un hijo de ultra-izquierda que reniega de sus padres y les llama socialdemócratas, por ser poco radicales. Su madre le sigue por todas las manifestaciones a las que va, donde acaba corriendo delante de la policia o apaleado. Y su madre no acaba mejor.
Así un día, desesperada, la madre echa al hijo de casa, esperando que recapacite. Días después, viendo que su plan no funcionó, sale a buscarle por las calles, comunas, grupos de fumetas, disfrazada de una hippie desfasada. No encuentra a su hijo pero sí el cariño de un grupo que la acoge y la quiere. Recibe el amor que nunca tuvo en su casa. Ahora es ella la que no quiere volver y su hijo es el "reinsertado" que la busca por las comunas o manda a la guardia civil, sus perseguidores, para que la traigan a casa. Pero ahora su hogar está en la comuna, no en la casa que dejó.

Y hasta aquí hemos asistido el ensayo de la obra de Darío Fo. Entre el público observaba el director, Juan Margallo, que ahora sube al escenario junto a Tita. Pasamos a compartir la representación con los actores reales, las personas.

Juan quiere hacer cambios, la obra queda sosa, demasiado corta, y empieza a meter artificios (un palo de lluvia, un helicóptero teledirigido) a los que Petra, conociéndole, no es capaz de negarse. La obra crece como la gallina de los huevos de oro y ahora es un gran montaje con atrezzo "prestado" de un grupo de músicos peruanos que tampoco consiguen actuaciones. Pero Juan ve claro que podrá llegar al festival de Mérida, o mejor, al festival alternativo contemporaneo. Con bromas, risas y humor absurdo, poco a poco se va construyendo una historia que cada vez es más real y menos cómica: la dificultad de las compañías por colocar sus espectáculos, de salir a flote. Y es que haber sido Caponata, el símbolo de nuestra infancia, no asegura nada. Y así llaman y llaman y los que les conocían han muerto y los vivos no les conocen. Visto el panorama, deciden retirarse, pero su trabajo no da ni para una pensión mínima, necesitarían tres vidas trabajadas para obtener una pequeña pensión que tranquilice su vejez. Al final alguien se acuerda de ellos y les ofrece unas funciones sin cobrar, pero ¡qué más da!, si viven para el teatro.

Aunque parezca negativa, la historia es divertida y simplemente quiere contarnos todas esas dificultades y desazones que se encuentran tras tanto camino recorrido. Desde luego, a ellos les compensa, y a todo el público que estábamos allí también.

Otro aspecto que hace tan especial a esta compañía es la complicidad. En algunas ocasiones se percibía la sorpresa de uno con las frases del otro, la pequeña sonrisa, la repetición a la espera del compañero. Da la impresión de que no vemos un espectáculo muy ensayado, no hace falta, en esta compañía se trabaja con la idea y el mensaje que se quiere dar, sabiendo que todo lo demás surgirá fácilmente en esta pareja.

Por último, una vez acabado el espectáculo, los actores se sientan cerquita nuestra para charlar algo más. Quieren establecer un diálogo, saber de su público, compartir pequeñas cosas, anécdotas. Y se lanzan a contar historias como si estuviéramos entre amigos. Y nos confiesan que todo lo contado hoy es real, pertenece a los recuerdos de estos actores que han vivido tanto y que con todo ello crean obras para compartirlas con nosotros.


miércoles, 25 de enero de 2012

EL TIEMPO Y LOS CONWAY

Ésta es una obra de las de toda la vida, de las que me imagino en un Estudio 1. Tan sólo con los primeros segundos de la representación me viene a la  memoria esta imagen frente a la tele, arropada por el abrigo de la mesa camilla.. El escenario es una casa lujosa, los personajes son elegantes, visten trajes de época, brillos, luces y lujo. Pero la historia es bastante más elaborada, realista que las de esas típicas comedias.

El argumento sonaba bien y aunque el Teatro Canal tiene muchas sombras, más que luces, se merecía esta nueva oportunidad.

La historia se estructura en tres actos. Éstos cuentan diferentes momentos con la originalidad ya vista en alguna otra obra, como Traición: conocemos el final pronto, con lo que cuando nos cuentan lo ocurrido prestamos más atención a lo que lo desencadena que al desenlace.

La historia empieza con una fiesta. Una rica familia celebra el 21 cumpleaños de una de sus hijas. Todo es alegría y felicidad, la Gran Guerra acaba de terminar y se vive la euforia de la paz en una pequeña ciudad inglesa. Todo son planes de futuro, ya acabó la batalla, el temor a morir en el frente, el trabajo voluntario en los hospitales para salvar a los heridos. La diversión lo inunda todo en la fiesta de cumpleaños. Son seis hijos, unos tienen planes de montar un negocio, o casarse, enamorarse del hombre de los sueños, convertirse en escritora, o luchar por los ideales socialistas. Es la primera vez que se reúnen todos tras el fin de la guerra y el mundo está en sus manos.

Pero un salto en el tiempo de 19 años nos muestra a la familia nuevamente reunida en un ambiente muy distinto. Estamos a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. Los colores de la fiesta anterior se han vuelto grises, las risas tornaron seriedad, miedo, hastío. La vida ha pasado y tantos sueños y planes se han quedado en eso, propósitos nunca conseguidos. Y esa desesperanza les vuelve crueles. Todos son infelices, malviven, uno no consiguió que su negocio funcionara, ha arruinado a su familia y se ha arruinado la vida bebiendo, no quiere a su mujer, otros no obtuvieron el reconocimiento buscado, la futura escritora sólo redacta artículos absurdos para revistas que ella nunca leería, la idealista sigue siendo una profesora soltera, sus ideales no cambiaron nada, la conquistadora se casó con un hombre que la maltrata, al que teme. La pequeña murió. Sólo el hijo mayor que nada deseó, únicamente una vida tranquila, es el que menos siente el fracaso. Pero se enfrenta cada día al odio de su madre por no haber sido ambicioso. La familia se ha arruinado, su empresa, sus haciendas ya no valen nada, el dinero heredado se malgastó en las empresas fallidas de su hijo favorito, ahora un borracho. Sólo el marido de una de las hijas, un maltratador, ha triunfado en los negocios, pero odia a toda la familia por el desprecio con que fue tratado cuando era pobre. Ahora es el momento de su venganza, la repulsa hacia todos, la negación de ayuda. Sufren juntos, se hacen daño pero no saben expresar de otra manera la desazón en que viven. Culpan a la madre de sus fracasos, ella les odia y rechaza por ello. Entre tanto sufrimiento parece que sólo el hijo mayor, el que a nada aspiró, es el único que ha entendido que en nuestra existencia van unidos el dolor y la alegría, indivisibles como la vida misma.

Para acabar asistimos al final de la fiesta del 21 cumpleaños, cuando, en la intimidad de la familia, todos cuentan lo que quieren ser, todos pronostican su futuro y el de los otros. Ya sabemos qué va a pasar, reconocemos quiénes están ciegos y creen en un mundo que nunca llegará. También aquellos más ingenuos, pero capaces de adivinar el dolor y la miseria que les espera. La pequeña, la más llena de vida no cumplirá muchos más años, morirá joven, pero es la que mejor ve lo que traerá el tiempo a cada uno, pero ella sólo ansía vivir.

La obra es consigue captar nuestra atención, atraernos, enredarnos. Excepto por los 20 primeros minutos en los que nos perdemos en un maremágnum de personajes que no conseguimos situar, el resto es ameno, agradable, puro teatro. 



lunes, 23 de enero de 2012

En la vida todo es verdad y todo mentira

Domingo en ristre e invierno en astillero, al teatro Pavón fuimos los dos amigos honoríficos de la CNTC, para ver la primera obra de la flamante nueva directora de la compañía. Calderón de la Barca y la CNTC son dos nombres que no riman, pero que casan muy bien juntos, y no se nos ocurría otra manera mejor de pasar la tarde que con estos actores y este teatro.

A las primeras de cambio algo nos llamó la atención. Los actores que nosotros mejor conocemos estaban de gira, representando aún por las tierras castellanas la fenomenal El alcalde de Zalamea. Y estos que íbamos a ver, desde luego, no eran de la compañía joven. ¿Quiénes eran, por tanto? Una segunda señal, inquietante, la recibimos al recoger el folleto de la nueva temporada. Ahora es apenas un papel mecanografiado. Se acabaron las tintas y las fotografías. La crisis toca la cultura y el teatro.

Quizás estas dos claves podrían haber sido interpretadas por un tahur de la escena como malos presagios. Nosotros acudimos inocentes, pues no somos supersticiosos y confiamos en las tres paredes que cierra el telón. Todo lo cual concluye, en definitiva, en que fuimos atropellados por esta obra que terminó dejándonos mal sabor de boca, quizás como recordatorio de lo difícil que es, incluso para esta buenísima compañía, sorprendernos día sí y día también con su excelencia.

Para no hacerlo más confuso me ceñiré a la actuación en sí.

La sinopsis explicada en el libreto es clara.

Focas asesina al emperador de Constantinopla, Mauricio, y ejerce el poder como tirano. Llegada la edad de su retiro, decide buscar a su heredero para otorgarle la sucesión. Pero el embajador de Mauricio, exiliado, ha criado a los dos vástagos de Mauricio y Focas como si fueran sus propios hijos, y el tirano debe dilucidar quién es su hijo y quién el de su peor enemigo. Para ello se servirá de las artes de un encantador, quien a través de una ilusión, expondrá a los dos jóvenes a situaciones en las que demostrar su sangre y su razón.

La obra representada es mucho más caótica y enrevesada.

En primer lugar, los actores yerran en la dicción. Muchas frases son ininteligibles o dichas a media voz. Es un fallo importante pues lo primero es que el público sea capaz de escuchar lo que se cuenta. La escena está poblada de actores, de los que muchos son simples comparsas sin voz ni acción. Un grupo de mujeres hace indistintamente de soldados, animales del bosque o ilusiones, siempre bajo el prisma de objetos móviles sin habla ni discurso. Su ligereza de ropa, aunque alegre, distrae la atención de la obra. Otro grupo de hombres ejecuta un papel similar aunque menos vistoso. Durante la representación, otras estridencias nos chocan; hombres hacen de perros, mujeres de animales del bosque. No encontramos nada que explique o justifique estos exabruptos.

El ritmo es lento y la obra se nos hace larga y larga. El decorado, simplón e innecesariamente moderno. El mago lleva micrófono y sus apariciones son chocantes y entrabadas. Los actores entran y salen por el pasillo central, sin razón aparente, así como por los laterales. Los dos graciosos de la obra son demasiado brutos; las risas que provocan casi parece lo único sincero de toda la obra, a pesar de su tufillo de risa fácil. Los recursos de luz, una lámpara que entra y sale de la escena, así como una maqueta del ilusorio castillo del mago, son anacrónicos e inexplicables.

En resumidas cuentas, hay demasiado ruido, demasiado accesorio, para una obra ya de por sí compleja. Ni el objetivo ni la evolución de la trama nos quedan claros al acabar. Un ejemplo más; el tirano Focas, al morir, pronuncia una última frase lapidaria que ninguno somos capaces de entender, tras lo cual se levanta y se retira al fondo del escenario.

Al final, el título tiene sentido. Es verdad que la CNTC hace buen teatro, y es mentira que todo lo que representa lo sea.

domingo, 22 de enero de 2012

EN LA VIDA TODO ES VERDAD Y TODO MENTIRA

Nuevamente aparecemos por el Teatro Pavón a disfrutar del último estreno de la CNTC. Como casi siempre tenemos delante a un autor del Siglo de Oro para hacernos disfrutar de versos, acción, nobleza, honor, bufones, etc, es decir, todo lo típico de esa época y que a la vez encaja tanto con la nuestra.
El teatro está lleno, como siempre. Parece que el domingo por la tarde para muchos es un buen plan disfrutar de una obra.

Tan pronto como entramos observamos pequeñas diferencias respecto a otras veces que hemos estado aquí. El folleto ha cambiado, se ha hecho más rústico, y sencillo y es que el director de la CNTC ha cambiado. Con Eduardo Vasco disfrutamos de estupendas representaciones, en parte se deberían a grandes actores que le arropaban y en parte a su buen trabajo. Pero como todo tiene que renovarse, ahora tenemos a una nueva directora, Helena Pimenta. Y el primer cambio, aunque pequeño,  ya se deja ve en la maquetación de los folletos.  Pero venimos a ver la obra.

Todo suena bien, Ernesto Caballero, ya conocido porque dirigió obras con Eduardo Vasco, Calderón de la Barca, muchas veces visto, etc.

La obra parece más compleja que otras pasadas, escrita para mostrar la legitimidad del poder, y a su vez para explicar que para Calderón es más justo un culpable libre que un inocente  que debe de pagar por algo que no ha hecho, un debate típico en la época.

La explicación del folleto ayudará a la compresión de la obra, lo que no sabíamos es que esta ayuda iba a ser tan necesaria. La obra empieza con un rápido repaso a la situación hasta posicionarte en el momento en el que va a comenzar la acción. Para ello, algunos personajes aparecen y explican muy ligeramente qué hacen allí. Se necesita prestar mucha atención para no perderse, todo va rápido, y además no se entiende bien a los actores. Tristemente esto sucede durante toda la obra, los actores no tienen gran dicción (no todos pueden ser Daniel Albaladejo, está claro), y tampoco solucionan este problema hablando más claro o mirando al público. Perdemos parte del texto, y nos perdemos a veces. Pero éste no es el único problema, la obra veces se hace pesada, algunas partes se alargan mucho en el tiempo, la historia no cosigue captar del todo la atención, nos mareamos con tantos movimientos, entradas, salidas, cambios de vestuarios de un coro de actrices que no dejan claro si tienen algún significado o sólo innovar en una obra ya bastante buena y compleja con sólo el texto. Y cuando parece que la obra ya ha caído en bastantes esperpentos, llega el sueño, un embrujo del mago de la corte. Si esto dificultaba la historia, la cantidad de actores, coreografías sólo nos hacen perdernos, y la historia original queda escondida detrás de trajes de polo, sombreros de plumas…
La historia se acaba entendiendo gracias a lo leído antes de empezar, pero tanto artificio provoca que la atención puesta tenga que ser mucha más de la normal.

Y la historia. Focas asesinó a Mauricio, el rey de Constantinopla, por petición de Cinthia, la hija del mago Lisipo. Y una vez muerto el rey, se colocó en el trono y gobernó la tierra sin haberle sido otorgada legítimamente. Ahora vuelve, ya mayor, a una isla de su dominio donde vivió, para encontrar y acabar con el hijo del rey que asesinó, y del que ha sabido de su existencia hace poco. Livia gobierna esa isla bajo las ordenes de Focas y aunque es un tirano, debe de obedecerle.  El hijo de Mauricio es buscado en el monte, donde ha crecido protegido por el mago de Mauricio, que nunca se quiso doblegar ante Focas. Pero una sorpresa espera a todos, y es que son dos los muchachos criados por el mago, hijos de los dos enemigos, Focas y Mauricio. Él nunca dirá quién es cada uno, al no desvelar su identidad ambos estarán protegidos, y guardará este secreto hasta la tumba. Focas sufre la incapacidad de resolver el dilema, la duda siempre estará presente, no será capaz de matar a ninguno, por miedo de matar a su hijo. Pero maquina junto al mago Lisipo un embrujo que llevará a ambos hijos a actuar ante diferentes situaciones que ocurrirían en un futuro y así reconocer los actos de su sangre. Heráclito muestra su templanza, honradez y buen corazón, Leónido se comporta con fiereza, orgullo y prepotencia. Difícil decantarse por una actitud, por un hijo. Su decisión final es elegir como su sucesor a Leónido el fiero, además el mago refrenda su elección. El otro deberá morir, el noble, el que lo único que pidió es vivir como antes de saber su origen, en la selva junto a su tutor, lejos del poder. Por la intercesión de su compañero en la niñez, que ya se sabe sucesor, la vida le es perdonada. Pero tiempo después de su marcha al monte, es sacado de esa paz y retiro por su primo, sobrino del rey asesinado. Éste viene a luchar y recuperar su puesto, y al encontrar al auténtico sucesor, se unen en la lucha contra Focas y Leónido. Ambos sucesores y antiguos amigos se tienen que enfrentar pero de esa lucha debe de morir el único culpable, el padre, Focas. Y así Heráclito no mata a su “hermano”, sino al padre, causante de tanto dolor. Finalmente Heráclito es restituido en el trono y Leónido le jura lealtad, aceptando al digno heredero del reino.

Esta historia tan compleja no necesita de adornos que distraigan sino de grandes actores que muestren su genialidad. 

martes, 17 de enero de 2012

JOSÉ K. TORTURADO

Empezaría por aclarar que la obra es un monólogo. Cuesta imaginar cómo se puede contar esta historia con un solo actor, es una complicación rebuscada y arriesgada. Pero eso es en parte lo que la convierte en una obra genial. Y a su vez, el ser un monólogo me hace volver a tener interés en ellos, les devuelve su importancia, la del actor sólo creando todo un ambiente frente al público, lejos de los shows cómicos que le han quitado su nombre y genialidad.

La complicación de esta historia en formato monólogo estriba en el tema, la tortura. El resultado es una obra de máxima sencillez, sin escenario, sin movimiento, sin acción, sin actores que entran y salen, sin violencia, sólo partiendo de lo mínimo consiguen dar el mensaje. Pero, ¿cuál es el mensaje? Son tantos que cuesta poner en pie todo lo visto, todo lo sentido. Porque si la obra consigue algo es remover a la gente, hacernos sentir incómodos, cuestionarnos si somos dignos merecedores de lo que tenemos o si somos cómplices de lo que está pasando. La sencillez es la base, a partir de un texto bueno y muy actual se construye todo, y a la vez todo está hecho con sólo el texto. 

Un personaje encerrado en una urna de cristal, sentado, desnudo, con las manos esposadas, dando la espalda al público, nos cuenta qué hace allí. Su nombre es José, su apellido no importa, pero no se arrepiente de lo que ha hecho. Puso una bomba en el alcantarillado de una gran plaza cuando se concentraba allí toda la ciudad alrededor de unos altos cargos. Y fue atrapado cuando faltaba una hora para que estallara. Los policías, conscientes del poco tiempo, torturan de todas las formas posibles al detenido. Hay dolores y humillaciones que está preparado para soportar porque los principios que le mueven son fuertes, pero, ¿hasta dónde puede llegar?

José K. es arquitecto, hizo sus estudios con el fin de crear viviendas, hogares, crear era la meta. Pero también se educó en el marxismo y descubrió que para crear antes hay que destruir y que por medios pacíficos no conseguiría llamar la atención, romper lo establecido, así que decidió unir sus fuerzas a la lucha, a la destrucción. Pero en un mundo tan hipócrita como el nuestro donde aparentamos unas normas morales que aplicamos según nos conviene, es difícil explicar esta lucha, que ya de por sí sería difícil de entender. Y es que esta destrucción se lleva por delante vidas, inocentes, ciudadanos que no son realmente culpables de la situación. Es un mal menor, pero que cada día vuelve a tormentar al terrorista, ya no sabe ni cuántos van, los primeros muertos fueron los peores. Pero ése es el precio a pagar para demostrar el error en el que vivimos, la hipocresía de este mundo , donde unos son explotados para que otros vivamos bien, nuestros países crearon dictaduras para controlar y oprimir a otros países, y sólo condenamos a aquellos dictadores que no siguen nuestras ordenes, vendemos bombas a países que las utilizarán contra una población sometida…

Y por eso, por no dejar vivir tranquilos a los que crearon este juego es por lo que José K lleva matando años, para vengar a los inocentes, para hacer sentir a los beneficiados con este sistema, que no han ganado, por no dejarles en paz.

Y está preparado para afrontar lo que le pase ahora, lleva 30 años esperando el momento de ser atrapado. Pero el torturado no es él, sino su madre, y todo pasa delante de sus ojos.
Los torturadores, policías, saben lo que hacen, las 72 horas de detención preventiva son para eso, para hacerles hablar. El dilema moral que nos plantea nos asfixia, al igual que él la siente encerrado en la urna. ¿Cuál es el límite de la tortura? ¿Qué es lícito? ¿Quién lo controla? ¿Cómo podemos fiarnos de un sistema basado en principios amorales?

Esas ideas pasan por su cabeza y él se reafirma en sus creencias, en su forma de asumir su vida, la lucha. Resuelve con frialdad cualquier duda desde sus principios, a nosotros no nos queda tan claro. Pero cuando se une a esto la violencia, la torutra, el dilema moral es mucho mayor. Porque el mundo ideal no existe y hay que afrontar las imperfecciones y la maldad, y frente a ello, tener siempre presentes los principios, que a veces son muy fáciles de olvidar.