Si ayer la obra me pareció puro teatro, hoy podría decir que lo visto es la auténtica esencia, el teatro maduro que cumple con todos los requisitos para llamarlo genial. Especialmente juega con la originalidad y con el texto que habla de temas profundos y reales con mucha ligereza. Pero conseguir todo esto no es nada sencillo aunque estos actores hagan que así lo parezca. Para llegar a este resultado se necesita de unas carreras tan prolíficas como las suyas, que llevan 45 años subidos a los escenarios, una complicidad de matrimonio después de todos esos años trabajando juntos y una necesidad de investigar para crear un nuevo teatro, enseñar y a la vez aprender con el público. Por todo esto soy una incondicional de Uroc teatro, de Tita (Petra) Martínez y Juan Margallo.
La obra empieza con un monólogo escrito por Darío Fo. Cuenta una excéntrica y divertida historia relatada por una señora a un confesor en una iglesia.
Ella es comunista convencida, de las del partido. Ha entrado allí para refugiarse de unos perseguidores y no encuentra una manera mejor de pasar desapercibida que confesarse. Así que contará al cura sus pecados, y con ello, su vida. Casada con un comunista acomodado (sólo de puertas para fuera de la casa), tienen un hijo de ultra-izquierda que reniega de sus padres y les llama socialdemócratas, por ser poco radicales. Su madre le sigue por todas las manifestaciones a las que va, donde acaba corriendo delante de la policia o apaleado. Y su madre no acaba mejor.
Así un día, desesperada, la madre echa al hijo de casa, esperando que recapacite. Días después, viendo que su plan no funcionó, sale a buscarle por las calles, comunas, grupos de fumetas, disfrazada de una hippie desfasada. No encuentra a su hijo pero sí el cariño de un grupo que la acoge y la quiere. Recibe el amor que nunca tuvo en su casa. Ahora es ella la que no quiere volver y su hijo es el "reinsertado" que la busca por las comunas o manda a la guardia civil, sus perseguidores, para que la traigan a casa. Pero ahora su hogar está en la comuna, no en la casa que dejó.
Y hasta aquí hemos asistido el ensayo de la obra de Darío Fo. Entre el público observaba el director, Juan Margallo, que ahora sube al escenario junto a Tita. Pasamos a compartir la representación con los actores reales, las personas.
Juan quiere hacer cambios, la obra queda sosa, demasiado corta, y empieza a meter artificios (un palo de lluvia, un helicóptero teledirigido) a los que Petra, conociéndole, no es capaz de negarse. La obra crece como la gallina de los huevos de oro y ahora es un gran montaje con atrezzo "prestado" de un grupo de músicos peruanos que tampoco consiguen actuaciones. Pero Juan ve claro que podrá llegar al festival de Mérida, o mejor, al festival alternativo contemporaneo. Con bromas, risas y humor absurdo, poco a poco se va construyendo una historia que cada vez es más real y menos cómica: la dificultad de las compañías por colocar sus espectáculos, de salir a flote. Y es que haber sido Caponata, el símbolo de nuestra infancia, no asegura nada. Y así llaman y llaman y los que les conocían han muerto y los vivos no les conocen. Visto el panorama, deciden retirarse, pero su trabajo no da ni para una pensión mínima, necesitarían tres vidas trabajadas para obtener una pequeña pensión que tranquilice su vejez. Al final alguien se acuerda de ellos y les ofrece unas funciones sin cobrar, pero ¡qué más da!, si viven para el teatro.
Aunque parezca negativa, la historia es divertida y simplemente quiere contarnos todas esas dificultades y desazones que se encuentran tras tanto camino recorrido. Desde luego, a ellos les compensa, y a todo el público que estábamos allí también.
Otro aspecto que hace tan especial a esta compañía es la complicidad. En algunas ocasiones se percibía la sorpresa de uno con las frases del otro, la pequeña sonrisa, la repetición a la espera del compañero. Da la impresión de que no vemos un espectáculo muy ensayado, no hace falta, en esta compañía se trabaja con la idea y el mensaje que se quiere dar, sabiendo que todo lo demás surgirá fácilmente en esta pareja.
Por último, una vez acabado el espectáculo, los actores se sientan cerquita nuestra para charlar algo más. Quieren establecer un diálogo, saber de su público, compartir pequeñas cosas, anécdotas. Y se lanzan a contar historias como si estuviéramos entre amigos. Y nos confiesan que todo lo contado hoy es real, pertenece a los recuerdos de estos actores que han vivido tanto y que con todo ello crean obras para compartirlas con nosotros.