lunes, 23 de enero de 2012

En la vida todo es verdad y todo mentira

Domingo en ristre e invierno en astillero, al teatro Pavón fuimos los dos amigos honoríficos de la CNTC, para ver la primera obra de la flamante nueva directora de la compañía. Calderón de la Barca y la CNTC son dos nombres que no riman, pero que casan muy bien juntos, y no se nos ocurría otra manera mejor de pasar la tarde que con estos actores y este teatro.

A las primeras de cambio algo nos llamó la atención. Los actores que nosotros mejor conocemos estaban de gira, representando aún por las tierras castellanas la fenomenal El alcalde de Zalamea. Y estos que íbamos a ver, desde luego, no eran de la compañía joven. ¿Quiénes eran, por tanto? Una segunda señal, inquietante, la recibimos al recoger el folleto de la nueva temporada. Ahora es apenas un papel mecanografiado. Se acabaron las tintas y las fotografías. La crisis toca la cultura y el teatro.

Quizás estas dos claves podrían haber sido interpretadas por un tahur de la escena como malos presagios. Nosotros acudimos inocentes, pues no somos supersticiosos y confiamos en las tres paredes que cierra el telón. Todo lo cual concluye, en definitiva, en que fuimos atropellados por esta obra que terminó dejándonos mal sabor de boca, quizás como recordatorio de lo difícil que es, incluso para esta buenísima compañía, sorprendernos día sí y día también con su excelencia.

Para no hacerlo más confuso me ceñiré a la actuación en sí.

La sinopsis explicada en el libreto es clara.

Focas asesina al emperador de Constantinopla, Mauricio, y ejerce el poder como tirano. Llegada la edad de su retiro, decide buscar a su heredero para otorgarle la sucesión. Pero el embajador de Mauricio, exiliado, ha criado a los dos vástagos de Mauricio y Focas como si fueran sus propios hijos, y el tirano debe dilucidar quién es su hijo y quién el de su peor enemigo. Para ello se servirá de las artes de un encantador, quien a través de una ilusión, expondrá a los dos jóvenes a situaciones en las que demostrar su sangre y su razón.

La obra representada es mucho más caótica y enrevesada.

En primer lugar, los actores yerran en la dicción. Muchas frases son ininteligibles o dichas a media voz. Es un fallo importante pues lo primero es que el público sea capaz de escuchar lo que se cuenta. La escena está poblada de actores, de los que muchos son simples comparsas sin voz ni acción. Un grupo de mujeres hace indistintamente de soldados, animales del bosque o ilusiones, siempre bajo el prisma de objetos móviles sin habla ni discurso. Su ligereza de ropa, aunque alegre, distrae la atención de la obra. Otro grupo de hombres ejecuta un papel similar aunque menos vistoso. Durante la representación, otras estridencias nos chocan; hombres hacen de perros, mujeres de animales del bosque. No encontramos nada que explique o justifique estos exabruptos.

El ritmo es lento y la obra se nos hace larga y larga. El decorado, simplón e innecesariamente moderno. El mago lleva micrófono y sus apariciones son chocantes y entrabadas. Los actores entran y salen por el pasillo central, sin razón aparente, así como por los laterales. Los dos graciosos de la obra son demasiado brutos; las risas que provocan casi parece lo único sincero de toda la obra, a pesar de su tufillo de risa fácil. Los recursos de luz, una lámpara que entra y sale de la escena, así como una maqueta del ilusorio castillo del mago, son anacrónicos e inexplicables.

En resumidas cuentas, hay demasiado ruido, demasiado accesorio, para una obra ya de por sí compleja. Ni el objetivo ni la evolución de la trama nos quedan claros al acabar. Un ejemplo más; el tirano Focas, al morir, pronuncia una última frase lapidaria que ninguno somos capaces de entender, tras lo cual se levanta y se retira al fondo del escenario.

Al final, el título tiene sentido. Es verdad que la CNTC hace buen teatro, y es mentira que todo lo que representa lo sea.

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