miércoles, 1 de febrero de 2012

EL MONTAPLATOS

Hoy vamos a ver a Animalario, o mejor dicho, nos arriesgamos y vamos a ver a Animalario. Nunca sabes qué vas a encontrar, más aún cuando hemos comprado las entradas hace un mes y la obra se estrenó hace tan solo dos semanas. Y es que Animalario no permite que te confíes, da una de cal y una de arena, y las malas suelen ser inventos de la compañía que no hay quién entienda. 

En la obra de hoy tenemos algo a favor, el texto no es de la compañía, sino del magnífico Harold Pinter, un premio Nobel de literatura que consigue hacerte sentir incómodo hasta ocupando la mejor butaca. Pinter te despierta, te agita, consigue recordarte toda la perversidad que nos rodea. El texto fue elegido por Alberto S. Juan que, encantado con "Traición", investigó y quedó fascinado con esta otra obra. 

Pinter escribe obras directas y dañinas, como la que hemos visto hoy. La historia es sencilla. Ben y Gus despiertan en una especie de sótano, una habitación oscura, insalubre. Han ido hasta allí para hacer un trabajo, esperan órdenes y mientras charlan. Su espera no es tranquila, su conversación no es amigable y su trabajo no se podría calificar como "del montón". Estas circunstancias hacen que la situación vaya empeorando, la relación se va tensando cada vez más, llega al punto de estallar. 
Ben y Gus son sicarios, han sido llamados para un nuevo trabajo y esperan recibir las ordenes finales  de la operación. Pero Gus desconfía, está nervioso, se replantea lo que hace, qué es de los asesinados, no puede parar quieto, no es capaz de quedarse callado, siente que algo no va bien. En cambio Ben ejecuta el trabajo sin dilación, no piensa, acata únicamente. Y cuando Gus plantea sus dudas, Ben le critica, le grita, le calla para no tener que aguantar ninguna insolencia más. No acepta esas dudas en él. 
A su vez Ben y Gus mantienen una relación de dominante y siervo, casi rozando la esclavitud. Ben no se mancha las manos, para eso está Gus, enviado como avanzadilla ante cualquier peligro. Se han acostumbrado a esta situación y Gus la suele aceptar pero a veces se rebela contra su compañero. Éste, sabedor de su poder, acaba siempre imponiéndose a través de gritos.
De repente, un montaplatos baja al sótano y reclama platos de comida. Ben no se pregunta nada, sólo acata, mientras que Gus ve en esto un juego perverso orquestado por su jefe para desconcertarles, volverles locos. 
Y sin posibilidad de discusión, Gus vuelve a doblegarse y ambos intentan suministrar toda la comida existente, como respuesta a la petición del montacargas. Como si cualquier orden tuviera que ser resuelta, ya sea matar o enviar galletas. La desesperación crece y Gus está al borde del shock, grita, suda, deja de obedecer a su compañero, tiene miedo. Sale de la habitación buscando algo de calma. 
En entonces llega el momento esperado, la orden, la víctima va a entrar en la sala, pero aún Gus no ha vuelto. Y es que es Gus la próxima víctima.

La obra es así de corta, el argumento es sencillo, quizá demasiado para lo esperado. He visto piezas mejores de este autor, quizá el problema esté en la forma de representarla, una obra larga es poco conveniente. Y como solución para que luzca más, parece que la han prolongado, de manera bastante forzada. Como ejemplo, los primeros diez minutos transcurren a oscuras, la única acción es que los personajes se están despertando. El cuerpo de la obra se extiende demasiado y sólo no llega al aburrimiento porque la interpretación de los actores es magnífica. Willy Toledo me ha sorprendido especialmente. Da la impresión de que para la alargar la obra, la compañía ha añadido temas de conversación que no pertenecen al texto original, noticias del periódico, partidos de futbol del Zaragoza, encender la cafetera...

Por otro lado decir que la obra se disfruta, los actores consiguen hacernos reír con su diálogo a pesar de la tensión que se respira, y sin recurrir a las típicas bromas. Sólo con la forma de decir su texto llegan a arrancarnos sonrisas.  

Y como detalle diré que pasó de todo: un espectador hablando por teléfono, otro que decide abandonar la actuación atravesando el escenario, Willy Toledo echa a reír sin poder parar, las primeras filas aprovecharon para dormir. Parece que nos sigue faltando consciencia de lo que significa ir al teatro. 



1 comentario:

  1. ¡Un verdadero Animalario! Y ahí estaba mi pichona, entre las marmotas, las hienas y los papagayos parlanchines. Mi pobre pichoncita, pajarito concentrado en una actuación que es más humana que el público que lo observa. Al menos, la obra en sí parece interesante, y original el enfoque. Esta compañía nunca deja indiferente, ¿verdad?

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