sábado, 5 de mayo de 2012
DE RATONES Y HOMBRES
Ir al teatro es un acto de fe en las personas que te han llevado hasta allí, director, actores, autor, pero también es un auténtico goce, una sensación muy especial. El momento en que las luces se apagan y lo único que existe es la representación, y toda la concentración se fija en aquello que los actores nos cuentan, esa magia es imposible de expresar.
De ratones y hombres sigue la línea que a Mario Gas tanto le ha gustado contar durante el 2011, una América de dos caras, la real de opresión, pobreza y sometimiento, y la del sueño americano, en la que todo es posible, se es capaz de conquistar el mundo. John Steinbeck contó esta historia en un libro y más tarde en una película, como ya harían otros autores similares como Arthur Miller o Tennessee Williams.
Dos amigos, George y Lennie, buscan su futuro juntos. Ambos esperan vivir una vida mejor y mientras trabajan de lo que les sale y ahorran lo que pueden. George es inteligente, despierto, sabe cuidar de sí mismo pero no puede prescindir de su gran amigo, su compañía, Lennie. Éste es fuerte como un toro, apto para trabajos de carga pero con un cierto retraso intelectual. Lennie necesita de George y a su vez tiene una confianza ciega en él.
Ambos se hacen compañía y se cuidan, aunque esto choque con el individualismo provinciano y egoísta de todos. Lo normal en esa sociedad es luchar para sobrevivir aunque sea a costa de los demás. George es consciente de que junto a Lennie se mete en líos y pierde oportunidades, pero nada es comparable a tener a su lado a alguien que le necesite y cuide y entienda como él.
Así ambos amigos llegan a trabajar a unas tierras donde la adaptación no será nada fácil. El hijo del patrón intenta demostrar su posición dominante con sus empleados, mientras que su mujer alterna con ellos. Todo se mantiene en un equilibrio inestable que no gusta nada a los dos amigos, pero necesitan el trabajo y el dinero. Frente a esto, también conocerán a buenos compañeros que a pesar de gastarles bromas sobre su dudosa relación, acabarán congeniando y apoyándose. Los personajes solitarios en público se ríen de ellos pero en privado envidian el tener a alguien con quién hablar, a quién querer y cuidar.
Pero a pesar de su intento de huir de problemas, todo les persigue. Y esas personas que perdieron la costumbre de la amistad traerán la desgracia hasta los braceros. Y así la mujer necesitada de hablar y de sentirse querida, llegará hasta Lennie, que no es capaz de hacer daño a nadie, pero tampoco de medir sus fuerzas. Y éste, atraído por los juegos de la mujer, querrá también jugar pero en cambio acabará con su vida.
Triste final para la pobre chica, pero también para el pobre grandullón que sólo quiso soñar los sueños de su amigo. George se encontrará en la situación más dura de su vida, elegir entre escapar con él y vivir como proscritos o decidir continuar sólo. En este caso sabe que su amigo no podría soportarlo, no sobreviviría. Así que no encuentra más solución que ser él mismo el que acabe con la vida de su amigo, evitarle el sufrimiento de que sean otros de una forma mucho más cruel, los que le maten. Una muy dura decisión ha debido tomar para continuar.
La obra habla de la sociedad destructiva, opresora, sin oportunidades, sin valores y de la soledad. También del racismo, porque si trabajar cargando sacos era duro, mucho peor era el trabajo del negro, olvidado y despreciado por todos, al que únicamente Lennie tenderá la mano, como muestra de su bondad.
Los actores, inmejorables. Fernando Cayo y Roberto Álamo llenan todo el escenario con su texto y su actuación. La representación es bastante clásica, pero es que la obra no necesita artificios para llegar al público. El texto es duro y mantiene la atención en todo momento. Y el tema es tan actual que es difícil asistir a una obra más adecuada que ésta, como despedida de Mario Gas.
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¡Qué bonito! Me ha encantado la observación que has hecho sobre el estilo y las obras de Mario Gas. Eso sólo puedes decirlo tú, que has visto tantas obras amparadas bajo su manto. Tanto la américa de las dos caras como los dos personajes tan opuestos guardan una cierta simetría, además.
ResponderEliminarMuy buena crítica, yo no podría haberla escrito mejor. Sólo diría que de los dos actores, Fernando Cayo es el más mejor con diferencia. Lo borda en su papel desgarrado, fiero con el hijo del jefe, dolorido con su futuro perdido, angustiado por su amigo inocente. Lo de Roberto Álamo no tiene tanto mérito, ¡el tonto lo sé hacer hasta yo!
Pero eso lo dices porque no has visto a Roberto Álamo de cerca, que ya verías lo que gana ese hombre en las distancias cortas y en cualquier papel que haga...
ResponderEliminarLa foto que has escogido, además, está muy chula.
ResponderEliminarSabía que te iba a gustar. Era la escena más bonita de la obra.
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