El teatro clásico es casi siempre un acierto, la mejor forma de disfrutar de un buen espectáculo. Hoy volviamos a su templo, el Pavón, después de muchos meses. Venimos con la ilusión puesta en encontrarnos con una buena representación. Y es que desde que sus grandes actores salieron de la CNTC en busca de otras metas y el director fue reemplazado al finalizar el plazo previsto, no es tan fácil asegurar la calidad de la obra.
El argumento es el de una típica obra de enredo. Don Tello, el patriarca familiar, quiere casar a sus dos hijas con sus primos hermanos. Ha concertado los matrimonios sin consultar con ellas, seguro de que éstas nunca se opondrían a su voluntad. Confiesa su plan a su joven amigo Don Juan, el cual está enamorado de su hija mayor, Inés, amor correspondido por ella. Don Diego se siente morir pero no puede actuar debido a la amistad que le une con don Tello. Las dos hijas, por otro lado, están obligadas por obediencia y se resignan a conocer a sus prometidos.
La gran sorpresa viene cuando conocen a sus primos. El pretendiente de la hija menor, don Mendo, es un apuesto y encantador galán, honorable e inteligente, mientras que el primo pensado para convertirse en marido de la menor, don Diego, es un presumido histriónico y egoísta personaje. Con él la desgracia parecen haber llegado a la familia.
Definida la situación, entra en acción el enredo. Mosquito, el simpático lacayo de don Juan, idea un plan para evitar las penas de su señor. La prima de don Juan, una condesa que está de viaje, será suplantada por una de las criadas, quien compinchada con Mosquito intentará capturar en sus redes al petimetre. Don Diego nunca rechazaría una boda que le proporcione un título de conde y así dejaría a doña Inés libre para don Juan. El plan está trazado. Pero de manera inevitable todos los caminos se cruzan; situaciones inverosímiles y enredos poblados de silencios por honor se suceden hasta que el patriarca don Tello comprende al fin con qué delirante personaje ha comprometido a su hija. El enredo resuelto en la traca final deja a todos con sus deseos cumplidos y al presumido en ridículo al fin.
Pese a que los actores en general tienen un nivel de presencia menor al de la compañía anterior, la obra tiene un ritmo excelente y se sigue con facilidad y con alegría en cada lance. Eduardo Soto representa su papel a la perfección y los demás actores son correctos. El escenario, rampas brillantes que se inclinan y un fondo que refleja la imagen, es también un juego con los espectadores, que se sitúan por momentos a un lado del espejo donde don Diego se refleja. Los dos, Lurdes y yo, salimos contentos de ver otra obra de la CNTC, que nunca nos decepciona.
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