Hoy La Zaranda quería hablarnos de nuestra
renuncia a una vida mejor a cambio de mínimas compensaciones que nos son
otorgadas y que consideramos imprescindibles. Para ello nada mejor que una buena
metáfora: los hombres son como los cerdos que aspiran a una buena comida y una
buena pocilga, para al final de sus vidas ser sacrificados con el mínimo
dolor.
A partir de esta idea nos cuentan una historia que a veces no tiene pies ni cabeza, o mejor dicho, hay que estar dentro de su mente para entender todos los matices de su interpretación, ya que desde nuestra butaca sólo conseguimos absorber una pequeña parte. Pero es que el teatro no es sólo para entenderlo, también hay que sentirlo, percibirlo, y eso sí que llegamos a notarlo con ellos.
En la empresa dedicada a criar cerdos se está
dando un extraño caso, los animales mueren por una epidemia indetectable. Los
cerdos luchan por el pienso hasta la muerte mientras que aquellos que comen
mucho se suicidan. Los veterinarios forenses abren los cuerpos pero no
encuentran nada en su interior, es más, los cerebros están vacíos, huecos. Para
investigar mejor el caso van a recrear lo ocurrido en la nave.
Indagan en las oficinas de la empresa y lo
primero que encuentran es una tediosa administración que ralentiza los cambios,
los trámites llevan trámites que llevan su curso, y las mejoras nunca
alcanzan a los trabajadores. Entre tanto papeleo inútil una circular indica la
destitución de un responsable. Éste que antes justificaba las decisiones de su
empresa ahora se revuelve contra ella. Sin embargo el que ha sido ascendido a
su puesto es palmeado y agasajado por sus compañeros, que esperan sacar
"tajada". El nuevo jefe echa al que ha sido cesado dando como
justificación que las decisiones de la empresa son siempre las
correctas. Pero como saben que se ha cometido una injusticia, ya que se
trataba de un trabajador ejemplar, aseguran que su caso saltará a la fama. Así
que en un juego infame, son los cerdos los que recrearán la historia del
funcionario despedido, que por cierto se llama Martín.
Mientras tanto el caso de los cerdos muertos
sigue su investigación. Los animales reclaman su pienso, luchan y se
matan. Algo les hace acabar con sus vidas antes de ser conducidos al matadero.
Para erradicar la epidemia la solución es clara: hay que acabar con todos los
animales. Archivadores con los casos estudiados vienen y van, copias por
triplicado sin ningún sentido aparente.
Martín, que sigue reclamando un puesto en la
empresa por la que ha dado la vida, pierde la cabeza pero recupera su cordura,
la que dejó olvidada cuando pasó a estar absorbido por su trabajo. Ahora Martín
entiende qué enfermedad hace que los cerdos se maten y suiciden: los animales
se están rebelando contra el poder opresor, prefieren matarse a seguir
alimentando la cadena que les ahoga. Pero de nada sirve su descubrimiento, ya
que él está siguiendo el mismo camino que los cerdos que se encaminan al
matadero. Martín es ahora un loco que nadie escucha en estado terminal que pasa
a ser desenchufado de las máquinas que le dan la vida. Con esto se paga su trabajo
de tantos años.
Como decía, la historia es enrevesada y a
veces complicada de seguir. Pero tampoco asistimos a una obra al uso, no se
trata de una historia convencional, con presentación, nudo y desenlace. Más
bien hablaríamos de una lección para nuestras vidas, una bofetada para que
reaccionemos y veamos en qué nos hemos convertido. La crítica afecta a nuestras
vidas, el trabajo, la facilidad con la que nos hemos dejado comprar, la falta
de juicio y pensamiento propio, y tantos otros temas.
Como siempre sus escenarios tienen el sello
muy personal. Con muy poco atrezo pero muy versátil, consiguen recrear todos
los ambientes que necesitan. En este caso utilizan estanterías metálicas que
simulan archivadores, pocilgas, cárceles, mesa de operaciones. Y como siempre
cuentan con cables colgando del techo donde enchufar los flexos que iluminarán
las mesas de trabajo, quirófano, o a cualquier personaje que quiera ser
escuchado por todos e imponer su criterio.