Quizá sea una de las comedias más conocidas del Siglo de Oro Español, puede que se deba a Pilar Miro una buena parte de su fama, lo que estaba claro es que teníamos alguna idea de lo que íbamos a ver, y si a esto se le une que la representación era de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, todo tenía que salir bien.
Realmente la compañía no era estrictamente ésa, sino la Joven CNTC y esos años de experiencia se notan. Hacen un trabajo muy bueno pero de momento inigualable al de sus mayores, que con su sola presencia llenan el escenario. Y esas pequeñas diferencias se aprecian, no llegan a ser determinantes, pero perturban la atención y el placer del teatro.
La historia del perro del hortelano es conocida, ni come ni deja comer, con esto ya podemos imaginar los derroteros por los que nos llevará la historia.
Una dama de título, pretendida por aristócratas necios y tontos, realmente ama a su secretario, un joven instruido pero humilde que nunca soñó con ser querido por alguien así. Él quiere a otra, una doncella de su misma posición. La señora juega con él, se insinúa, le muestra sus sentimientos y cuando éste acepta de pleno y se ve en su nueva vida, ella le devuelve a la realidad. El juego desconcierta cada vez más al joven y lleva a la dama a un nuevo extremo, como una veleta. Cada nuevo vaivén cambia el ritmo y la vida de todos: Teodoro vuelve a aceptar a su futura novia y la dama acepta a un necio noble por esposo. No hay un momento de tranquilidad, de sosiego, entre tanto extremo.
Sólo algo salvaría el honor de la dama, que él fuera noble y sólo el asesinato del secretario salvaría a los necios nobles de perder a la dama que quieren. ¡Qué lío!
Y así ambas posibilidades se van a dar, y como debe de ser, acaba triunfando el amor, gracias a que un supuesto abuelo noble da título al joven secretario que descansa feliz con el engaño.
La historia es contada de forma graciosa, los criados de los nobles, más exagerados que ellos, animan la actuación.
Pero sigue fallando algo, la dicción no es muy buena, no tiemblan las paredes cuando hablan los actores, falta algo de fuerza. Los escenarios tampoco acompañan, los actores se esconden y ya me había acostumbrado a verles sentados alrededor del escenario, disfrutando de la actuación de sus compañeros, entre los músicos, como si de verdad estuviéramos en un antiguo corral de comedias.
Yo no lo hubiera escrito mejor. Para mí la obra tuvo tres partes; una primera, un tanto confusa; una central, entretenida y animada; y una final, demasiado larga y sin garra.
ResponderEliminarNo todas las veces consiguen el resultado esperado, pero ver la CNTC es siempre sinónimo de calidad.